En aquel tiempo, llegó Jesús a la otra orilla, a la región de los gerasenos. Desde el cementerio, dos endemoniados salieron a su encuentro; eran tan furiosos que nadie se atrevía a transitar por aquel camino.
Y le dijeron a gritos: «¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?»
Una gran piara de cerdos a distancia estaba hozando.
Los demonios le rogaron: «Si nos echas, mándanos a la piara.»
Jesús les dijo: «Id.»
Salieron y se metieron en los cerdos. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo y se ahogó en el agua. Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo, incluyendo lo de los endemoniados. Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, le rogaron que se marchara de su país (San Mateo 8, 28-34).
COMENTARIO
Se atribuye a Confucio el proverbio: “Cuando el sabio señala la luna, el necio se queda mirando al dedo”. Sinceramente, creo que algo así podría suceder con el pasaje del evangelio de hoy. Podemos enredarnos en lo superficial: que si no coinciden los territorios en los textos paralelos de los otros sinópticos, que en realidad no son endemoniados sino enfermos mentales, que lo llamativo que tuvo que ser ver una piara entera hundiéndose en el agua… Y así mirando al dedo, no contemplar la luna, por cierto, linda, llena y luminosa en estos primeros días de julio, que no puede por menos que evocarnos la luna pascual, signo de la victoria sobre la muerte.
Creo que el texto retrata con una gran riqueza simbólica lo que es la experiencia misionera: experiencia del mismo Jesús, experiencia que será de sus apóstoles y experiencia que fue y sigue siendo de todos los discípulos seguidores de Jesús, enviados como corderos en medio de lobos a anunciar la conversión porque el reino de Dios está cerca, con la fuerza del Espíritu para expulsar demonios y curar a los oprimidos por el mal.
Queda muy poético recoger y propagar la invitación de papa Francisco de ser una “iglesia en salida” y eso de llegar hasta las “periferias existenciales”. Como siempre, el lenguaje es una cosa, la realidad otra.
Vayamos paso a paso. Jesús marcha a la Decápolis, al otro lado del lago. Qué más da si es a Gadara, o a Gerasa o Gergesa, como aparece en los otros sinópticos. El caso es que es “tierra de paganos”. Va a la periferia, no solo geográfica sino también cultural y religiosa. Donde no hay espacio para Dios, los demonios encuentran un caldo de cultivo favorable para instalarse y lo suelen hacer en su hábitat natural: entre los sepulcros, en el lugar de la muerte. Como están en su terreno hacen de la suyas. Se apropian del territorio (“nadie se atrevía a pasar por aquel camino”) y de las personas (los endemoniados se vuelven “salvajes”). Los demonios siempre tienen como objetivo romper el plan de Dios: Controlar los caminos, (o la economía, o los medios de comunicación, o las estructuras de poder…) de tal modo, que a través del miedo, logran cercenar la libertad y someter al ser humano de tal modo que aquél que fue concebido por su Creador como imagen y semejanza de su gloria quede relegado a la categoría de la animalidad: salvaje, ser irracional aparentemente libre cuya conducta no es más que la esclavitud a sus instintos.
Curiosamente son estos endemoniados los que se anticipan en el encuentro y, además, sorprende que lo hagan con una “confesión de fe” que a los más allegados les llevó tiempo descubrir: Jesús es el “Hijo de Dios”. (“Hasta los demonios creen en Dios y tiemblan- -St. 2, 19): “¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?”. ¿Cuál es el “tiempo” de los demonios?, me pregunto. Cuando Jesús anuncia su muerte (Jn. 12, 31) también anuncia que va a ser expulsado “el príncipe de este mundo”. Efectivamente, los demonios creen en Dios, conocen su poder y saben que tienen las horas contadas, por eso piden: “si nos expulsas, envíanos a esa piara de cerdos”; que para los judíos eran animales impuros (cualquier “negociador” estimaría aceptable dicha petición ante un judío como lo era Jesús); pero los porquerizos veían a los cerdos con otra mirada muy distinta, casi como la mía: “bonito hasta en los andares y además se aprovecha todo”. Era su fuente de ingresos y se van a la ruina en un instante. Huyen y lo cuentan, incluyendo lo de los endemoniados. Pero, lógicamente, desde su punto de vista. Son incapaces de ver este gesto de Jesús como un acto de compasión con aquel que sufre y que ha sido liberado de unas cadenas que lo tenían atado de por vida. Esta gente había causado miedo y problemas a la vecindad, tenían cortados los caminos. A partir de ahora nace un espacio de libertad del que no habían podido disfrutar hasta el momento. Pero no, la pela es la pela y, después de todo, a la situación anterior ya nos habíamos acostumbrado, había un “status quo”. En el fondo es preferible la “paz del cementerio” a la paz que trae Jesucristo, que suele complicar bastante la vida. Mejor, ¡vete de la región!
Y así hasta nuestros días. Con sus luces y con sus sombras, pues está compuesta por hombres débiles, ¡que derroche de bien, espiritual, material, social, cuánto desarrollo integral de la persona ha esparcido la Iglesia por todo el mundo a lo largo de los siglos. Y, como en el evangelio de hoy, la respuesta no ha sido precisamente la gratitud (tampoco se hacen las cosas para ser reconocidas). Más bien el denominador común ha sido la persecución. Basta echar una mirada al informe sobre “Libertad Religiosa en el Mundo 2023” que la Fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada acaba de publicar para percatarse de esta situación. En este mundo que se ufana de habernos dado una Declaración Universal de los Derechos Humanos, resulta que en pleno siglo XXI, la persecución por causa de la fe se ha agudizado y también ha aumentado la impunidad. En 61 de los 196 países del mundo, según este Informe. La reciente edición de este análisis revela que la persecución por motivos religión está presente en el 14% de estos mientras que en el 17% hay discriminación por causa de la fe.
En el pueblo donde estoy, llevo años escuchando un refrán muy popular en esta comarca: “Con una misa y un guarro hay para tode el año, sobra misa y falta guarro”. En fin, es nuestra escala de valores… y así nos va.