A todos los españoles nos tiene preocupados, la incertidumbre que se vive en estos momentos, a causa de los vaivenes electorales que pueden acarrearnos muchos dolores de cabeza. Y por si fuera poco se cierne una espada de Damocles sobre nosotros: el implacable separatismo que amenaza con trocear, dividir, a la nación más antigua de Europa. A esto podemos añadir que desde Bruselas nos están tirando de las orejas porque no sabemos realizar acuerdos que nos alejarían de la inestabilidad reinante. La división de opiniones es lo que domina y no hay modo de hallar un punto de conciliación para parar este disparatado sinsentido. Los políticos en general aducen sus razones que en la mayoría de las ocasiones no puede sustentarlas ningún ciudadano con dos dedos de frente. La vieja polémica entre las derechas y las izquierdas reabre nuevamente dolorosas heridas apenas cicatrizadas de la guerra civil. No hace falta ser un gran pensador para darse cuenta del verdadero problema: el deseo de poder desenfrenado, el querer ocupar por encima de todo La Moncloa. Mientras subordinan los intereses del pueblo a sus propios intereses, los españoles asisten con dolorosa expectación a las agrias discusiones entre nuestros políticos, que no sólo no conducen a ninguna parte sino que dañan gravemente los intereses de la nación, mientras el sufrido pueblo español asiste impotente a este intercambio de artillería pesada entre los dirigentes políticos sin poder solucionarlo.
¿Dónde estará el quid de la cuestión? Como siempre en el nefasto orgullo, nadie se apea de su burro y entretanto nos debilitamos sin poder acabar de remontar la crisis, el túnel cuyo final habíamos comenzado a vislumbrar.
Que cesen ya las vanas polémicas y empiece nuestra clase política a tener altura de miras y a pensar en el pueblo antes que en la pobreza de sus intereses de partido.
La historia se repite y volvemos a equivocarnos una vez tras otra. No aprendemos. Me vienen a la mente las palabras del Cantar de Mío Cid: ¡Dios que buen vasallo, si hubiera buen señor!
Isabel Rodríguez de Vera.