En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Este es mí mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.
De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros» (San Juan 15, 12-17).
COMENTARIO
Sobre esto trata el evangelio de hoy, sobre el amor. Se trata, se reconozca o no, de lo único que le importa al ser humano. Sí, de lo único realmente. Sean creyentes o no, todos atisban que en el amor está le felicidad y que esta felicidad debería y de hecho tiene vocación de eternidad. Por eso es lo que verdaderamente busca el hombre, porque el amor se sitúa en el centro vital de toda persona.
Puesto que la realidad personal de Dios consiste en ser todo amor, todos los seres personales creados tienen como quehacer y vivencia central el ejercicio del amor.
Otra cosa es que por el pecado ya esa realidad amorosa que constituye lo más profundo del ser humano sea deteriorada, estropeada. Y al egoísmo mas refinado se le llame amor. Las deformaciones, imperfecciones y perversiones del amor tratan desde el primer pecado de la humanidad desplazar al auténtico amor. El pecado es de hecho la rabia contra el amor, lo contrario al amor.
Las personas buscando el amor equivocadamente quedan enganchados en justo lo que no es el amor, formas variopintas de variopintos pecados.
La histeria no es otra que usar el amor en contra del mismo amor. Fingir amor para captar intereses. Manipular los afectos para ganancias no sanas. La histeria es la muerte del amor en nombre del mismo amor.
El evangelio de san Juan es el especialista en el amor puro de Dios. Amor que quiere él comunicar a todos sus hijos. El rechazo de tal amor es el drama principal de los hombres.
Jesucristo habla de la necesaria reciprocidad que conlleva el amor. Amar es amar y ser amado. Amar perfectamente, frente toda apariencia, no consiste en un solo movimiento. Amar y ser amado constituyen el único ser del amor.
Y es así porque el Dios trino en quien creemos es así. Las tres personas dan amor, reciben amor, son amor. En ese amor eterno en el cual consiste el eterno Dios se da esa diríamos necesaria reciprocidad en el que amar y ser amado constituyen una misma realidad, sin atisbo de nostálgico sacrificio.
Todo amor humano y divino tiene su paradigma auténtico en el amor trinitario. No es capricho, no puede ser de otra manera. Acercarse a Dios es allegarse a la manera correcta de amar.
Todo lo que hizo, hace, dijo y dice Jesucristo, Dios y hombre verdadero, es la verdad del verdadero amor.
En el evangelio de hoy (Jn 15,12-17) el Señor acentúa algunos aspectos esenciales del amor: “Amaos los unos a los otros como yo os amé”. Ahí se ve la reciprocidad necesaria a todo amor que se precie de serlo. No son egoístas los esposos cuando dan y reciben amor en su realidad matrimonial. Es lo propio de todo amor sano. Lo mismo los padres respecto de sus hijos. Lo normal es comunicar amor en mutua deferencia y referencia.
Al referirse al modo del amor -como yo os amé- usa el evangelista un tiempo verbal en pasado: “Os amé”. Con esto indica que no se trata de un amor falso de puro pensamiento, sino de un amor concreto, real, tangible, manifiesto. El amor o es concreto o no es real.
Dar la vida es lo más que se puede hacer en esta vida por el que se ama. La cosa es seria. En el cielo el amor no será de sacrificio. En esta vida, a raíz del pecado original, se hizo necesario algo que siendo esencial aquí, no lo será allí: el sacrifico de la propia vida. Es la tercera nota que nos presenta san Juan como amor verdadero; el sacrificio. La primera fue la reciprocidad. La segunda la concreción.
La cuarta es la amistad. El amor de caridad es amor de amistad, en su sentido pleno. Jesucristo llama amigos a los que ama. Parece poco, poca cosa, pero no. La razón de la profundidad de este concepto de amistad es la comunicación que el Hijo nos hace de todo lo que el Padre le dijo. Porque él comunica ya no nos llama siervos sino amigos.
Es esta amistad divina la que está en juego en el trasunto de la caridad. Con esta amistad quedamos elevados a la misma categoría de hijos en el Hijo, porque quedamos constituidos en depositarios de los misterios de comunicación intratrinitaria. Lo que el Padre le comunica al Hijo eso mismo nos comunica a nosotros. No es pues cualquier amistad. Esta divina es filiación divina en gracia divina.
Con la encarnación del Hijo comprendemos lo que es el amor tal y como nos pide Dios. No es pensar ni decir sino sacrificarse por el prójimo.
No olvidemos las notas del amor: Reciprocidad, concreción, sacrificio, amistad. Estos son también los frutos del amor que están esperando de nosotros los cielos y la tierra.