En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: –Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure.De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros (San Juan 15, 9-17).
COMENTARIO
“Como el Padre me ha amado, así os he amado yo”
El Señor está preparando el corazón de los apóstoles para que puedan vivir con Él los acontecimientos que van a suceder: su Muerte y su Resurrección. Y con esas mismas palabras, hoy nos prepara a nosotros para que podamos caminar como verdaderos hijos de Dios Padre, en todos los caminos de la vida.
El Señor ha vivido con ellos momentos de serenidad y de paz; momentos de tribulación y de soledad; momentos de ser acogidos por el pueblo que quedaban maravillados de sus enseñanzas y de sus acciones; y momentos en los que se han visto rechazados y expulsados de ciudades por ir en su compañía.
Han podido tener muchas dificultades para entender el amor de Dios a su Hijo: no le han recibido ni los escribas, ni el sanedrín, ni los sumos sacerdotes; en una ciudad de su infancia lo han llevado hasta el borde de un precipicio para tirarlo al abismo. Todos somos conscientes de que no siempre es fácil entender el amor de Dios.
El Señor nos indica el camino para llegar a entenderlo y dejarnos llenar de ese Amor.
“Como el Padre me ha amado, así os he amado yo”.
Jesús ha lavabo los pies de los apóstoles; ha saciado el hambre de multitudes, ha curado a enfermos y resucitado a muertos. Y nos ha dicho “Sed perfectos, como mi Padre celestial es perfecto”. La más grande manifestación de su amor es esa llamada a la santidad, a vivir con Él, que nos hace a todos los bautizados, a todos los hombres. Ya nos lo recordó san Pablo “El mismo nos escogió antes de la creación del mundo para que seamos santos y sin mancha en su presencia por la caridad, habiéndonos predestinado como hijos adoptivos por Jesucristo, a gloria suya, por puro efecto de su buena voluntad” (Eph 1, 4-5)
Y para que podamos vivir verdaderamente con ese afán de santidad movidos por Su Amor, añade:
“Si guardáis mis mandamiento, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”.
No nos quiere imponer una carga pesada que apenas podamos llevarla a cuestas. “Mi yugo es suave y mi carga ligera”. Por eso, anima a los apóstoles para que no se descorazonen y se vean muy sobrepasados por la magnitud de la empresa. Lo hace con estas palabras:
“Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud”.
¿Cuál es el mandamiento que el Señor quiere que vivamos, y permanezcamos así en su amor, y su alegría esté siempre en nosotros?
“Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”
Es el “nuevo mandamiento” en el que Cristo abre plenamente su corazón, y nos señala la cumbre de nuestra conversión. Sabemos que hemos pasado de la vida muerta del pecador, del pecado, a la vida de Cristo en nosotros si amamos a los demás como los ama Cristo, si damos la vida por los demás. “En verdad os digo cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a Mí me lo hicisteis” (Mt. 20, 40). Nuevo mandamiento que además nos señala: “Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persigan” (Mt 5, 44).
Y entonces el Señor, como a los apóstoles, ya no nos llama siervos, sino amigos. Amigos de Dios, Hijos de Dios, herederos de su Reino.
“No sois vosotros los que me habéis elegido; soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca”
¿Cuál es el fruto que el Señor nos anuncia, y cómo podemos hacer para que surja y permanezca?
El fruto es el anuncio a todo el universo de su venida, de su divinidad, el anuncio de la llegada del Hijo de Dios a la tierra, para que todos los hombres lo conozcan, crean en Él, dejen su vida de pecado, y se conviertan a la Luz, a la Verdad. En una palabra: la Conversión a la Fe en Cristo, Camino, Verdad y Vida; y ayudar a todos los convertidos al amor de Cristo, a todos los prosélitos, a vivir sus Mandamientos y darle la alegría de ver hecha realidad la Voluntad de Dios, “que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad” (1 Tm 2, 4).
María Santísima, Causa de nuestra alegría, nos acompaña siempre en el caminar en su Hijo, y con su Hijo, en todos los quehaceres de nuestra vida, viviendo sus Mandamientos con y en la alegría de Jesús: esa es la santidad (San Juan 15, 9-17).