En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes, a los escribas y a los ancianos: «Un hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos. A su tiempo, envió un criado a los labradores, para percibir su tanto del fruto de la viña. Ellos lo agarraron, lo azotaron y lo despidieron con las manos vacías. Les envió de nuevo otro criado; a este lo descalabraron e insultaron. Envió a otro y lo mataron; y a otros muchos, a los que azotaron o los mataron. Le quedaba uno, su hijo amado. Y lo envió el último, pensando: “Respetarán a mi hijo”. Pero los labradores se dijeron: “Este es el heredero. Venga, lo matamos, y será nuestra la herencia”. Y, agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.
¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá, hará perecer a los labradores y arrendará la viña a otros. ¿No habéis leído aquel texto de la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”?». Intentaron echarle mano, porque comprendieron que había dicho la parábola por ellos; pero temieron a la gente, y, dejándolo allí, se marcharon. (Mc. 12, 1-12)
Recuerdo cuando era adolescente, en mi pueblo, durante la celebración de la misa en la festividad del bautismo de Jesús que el sacerdote, sin mucho don de palabra por cierto, durante la homilía vino a decir prácticamente: “Con esta celebración terminamos el tiempo de Navidad y ya no hay más tiempos fuertes hasta la cuaresma, en que nos prepararemos para celebrar la pasión y muerte del Señor…”. Todavía estaba hablando cuando a una anciana feligresa le salió del alma exclamar: “¡Pobre niño, si casi no acaba de nacer y ya están pensando en matarlo!”.
Después de cincuenta días celebrando el triunfo del Resucitado, con la mecha del cirio pascual todavía humeante, la liturgia del primer día después del tiempo pascual nos pone delante lo que no nos gusta ver: la cruz.
En el evangelio de Marcos, Jesús prevé su pasión en varias ocasiones. Corremos el peligro de creer que la cruz está puesta en el guion y que Jesús se limitó a representar un papel ya escrito.
La parábola de los “viñadores homicidas”, desde mi punto de vista, nos hace ver que no es lo mismo “pasión voluntariamente aceptada” que “pasión voluntariamente querida o buscada”. (“Respetarán a mi hijo”).
Lo que, sin duda, rezuma es la locura del amor de Dios. Cualquiera en una lógica meramente racional diría que este texto no es verosímil: Un criado azotado, otro descalabrado, otro asesinado… Cualquiera diría, ¡hasta aquí hemos llegado! Pero no. Este viñador está loco. ¿Hasta dónde es capaz de llegar?
“Comprendieron que había dicho la parábola por ellos”. Cualquier oyente familiarizado con las Escrituras conocía ya desde los antiguos profetas el paralelismo entre la viña y el pueblo de Israel. El problema es confundir la responsabilidad de ser mero arrendatario con creerse el “dueño del cortijo”. ¿Comprenderemos que hoy esta parábola puede tener que ver mucho con nosotros? ¿Cuántos administradores de la “res publica” o de la “res eclesiástica” actúan – actuamos, como si fuésemos propietarios de unos talentos que se nos han entregado y que no son nuestros?
Le quedaba uno, el Hijo amado, al menos a este le respetarán. No lo envía a tomar venganza, ni siquiera a hacer un ajuste de cuentas. Va a ofrecer una oportunidad más. Ama tanto a su viña que no se reserva nada para sí. ¿Qué más puedo hacer por mi viña que no se lo haya hecho ya? (Is. 5,4)
Vendrán otros labradores, los pobres de espíritu, los mansos, los limpios de corazón, los alejados, los rechazados por los “arquitectos” para descubrir que el hijo del viñador es la propia vid, que descubrirán que la piedra angular es estar unidos al tronco, que no son dueños sino sarmientos que fuera de Él se secan, que sin Él no pueden nada. (Cf. Jn. 15, 1-8)
Y además resulta que “el Viñador” no quería los frutos para él: “La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto y seáis mis discípulos” (Jn. 15, 8)