En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes, a los escribas y a los ancianos: «Un hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. A su tiempo, envió un criado a los labradores, para percibir su tanto del fruto de la viña. Ellos lo agarraron, lo apalearon y lo despidieron con las manos vacías. Les envió otro criado; a éste lo insultaron y lo descalabraron. Envió a otro y lo mataron; y a otros muchos los apalearon o los mataron. Le quedaba uno, su hijo querido. Y lo envió el último, pensando que a su hijo lo respetarían. Pero los labradores se dijeron: «Éste es el heredero. Venga, lo matamos, y será nuestra la herencia.» Y, agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña. ¿Qué hará el dueño de la viña? Acabará con los labradores y arrendará la viña a otros. ¿No habéis leído aquel texto: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente»?»
Intentaron echarle mano, porque veían que la parábola iba por ellos; pero temieron a la gente, y, dejándolo allí, se marcharon (San Marcos 12, 1-12).
COMENTARIO
“Comprendieron que había dicho la parábola por ellos…” Ahora que están tan de moda las frasecitas moralizantes en los estados de “whatsapp”, ¿no os ha ocurrido nunca que al leer alguno de esos “memes” procedente de alguien con el que te acaba de ocurrir alguna incidencia, lo primero que piensas es que te das por aludido y te está restregando de manera pública el sucedido en cuestión? Y, a lo mejor, ha publicado eso de “los amigos son como los melones, de cada cien que pruebas solo sale uno bueno” no porque tú acabas de negarle los cincuenta euros que ya verás cuando te los devuelve, sino simplemente porque se lo acaban de pasar a él y tiene la costumbre de reenviarlos. El caso es que, como dice el refranero popular: “el que se pica… ajos come.”
Evidentemente esta parábola va dirigida a los sumos sacerdotes, a los escribas, a los ancianos… Sí; pero también a ti y a mí. Como todas las parábolas. Como también la parábola del mayordomo infiel que, como su amo tarda en volver, se dedica a maltratar a los criados. Aquí el que se da por aludido es Pedro (Cf. Lc. 12, 41). Pero es que la clave de la “parábola” como género literario es esa: Uno tiene que meterse dentro, como personaje, darse por aludido, para poder descubrir, además y sobre todo, que esa clave resulta siempre ser “buena noticia”.
Es cierto que el mensaje más inmediato que transmite el texto es el reproche ante la ingratitud, el desprecio y la violencia de los arrendatarios de la viña a los que se les ha dado todo: La viña, la cerca para protegerla, el lagar, la torre… todo gratis.
Evidentemente es la historia del pueblo de Israel. Ya aparece en el Deuteronomio: “Cuando Yahveh tu Dios te haya introducido en la tierra que a tus padres Abraham, Isaac y Jacob juró que te daría: ciudades grandes y prósperas que tú no edificaste, casas llenas de toda clase de bienes, que tú no llenaste, cisternas excavadas que tú no excavaste, viñedos y olivares que tú no plantaste, cuando hayas comido y te hayas saciado, cuida de no olvidarte de Yahveh que te sacó del país de Egipto, de la casa de servidumbre.” (Dt. 6, 10-12); pero también puede ser tu historia y la mía. ¡Qué fuerte y que constante es la tentación de apropiarte de aquello que Dios te ha dado!
Sin embargo, este pasaje cuya primera impresión puede parecer sombrío, creo que, ante todo, transmite un mensaje optimista y esperanzador: Es un auténtico legado que ilustra de manera poderosa la paciencia, la misericordia y el amor de Dios. A pesar de la maldad y la traición de los viñadores, el dueño muestra una paciencia inigualable.
Este pasaje transparenta cómo es el corazón de Dios: paciente, misericordioso y, sobre todo, esperanzado. No es un “buenismo” ingenuo. De las tres virtudes teologales, Dios participa de la Esperanza. A pesar de la desobediencia y la falta de gratitud, no deja de mandar mensajeros con misivas tan explícitas como la visión de Ezequiel capaz de vislumbrar un “corazón nuevo y un espíritu nuevo” ahí donde la evidencia de la realidad no permite más que ver un puñado de huesos secos; o como el testimonio de Oseas: “No puedo dejar de amarte a pesar de tus infidelidades”, mensaje que no se puede callar aunque estos embajadores de la misericordia acaben apaleados como Jeremías.
Dicen los sabios de Israel que la razón por la que Moisés no pudo entrar en la Tierra Prometida no es que golpease dos veces la piedra porque dudase que podía salir agua de la roca (había visto ya signos y prodigios mayores) sino porque puso en tela de juicio, llegando a escandalizarse, de ¡cómo era posible que el mismo Yahveh llegase a humillarse y rebajarse ante la soberbia exigente de este pueblo de dura cerviz!
Y sí, se rebajó: “tomando la condición de siervo y pasando por uno de tantos”. No se reservó nada para sí. Les envió a su propio hijo. No para ser sacrificado. Lo hace con la Esperanza de que los viñadores recapaciten: “Al menos respetarán a mi hijo”. La Pasión es voluntariamente aceptada, que no es lo mismo que “voluntariamente buscada” o “voluntariamente querida”.
Lo que realmente da a entender la parábola de los viñadores es que la paciencia de Dios es no perder nunca la Esperanza: Muestra un rostro de Dios siempre dispuesto a brindar una oportunidad de cambiar, de creer, de convertirse… El dueño de la viña sigue buscando la restauración y el bien para su viña. Al dar la administración a otros viñadores da la oportunidad a estos de administrarla adecuadamente y producir frutos.
Por cierto, hoy he recibido un estado de whatsapp que dice: “El Amor espera sin límites” (1Cor 13, 7). Me doy por aludido.