Y dijo el Señor a Satanás: ¿De dónde vienes? De rodear la tierra y de andar por ella. ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal? Respondiendo Satanás: ¿Acaso teme Job a Dios de balde? ¿No le has cercado alrededor a él y a su casa y a todo lo que tiene? Al trabajo de sus manos has dado bendición; por tanto, sus bienes han aumentado sobre la tierra. Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia. Dijo el Señor a Satanás: He aquí, todo lo que tiene está en tu mano; (Job 1,7-12)
¿Qué le pasa al hombre de hoy? ¿Por qué esa insatisfacción que se palpa en esta sociedad tan avanzada y progresista? ¿Por qué teniéndolo todo subyace en nosotros una actitud de frustración, de decepción, de fracaso, de maldición? ¡Qué pocas personas vemos bendecir! Y digo vemos, porque la bendición no sólo se oye, es sobre todo, una actitud que se manifiesta. ¡Cúantos juicios, lamentos,
quejas, querellas, protestas,reclamaciones…!, mientras el hombre busca donde reposar su angustia de incomprensión. Pues vive sometido por el miedo a la muerte óntica, al no-ser, al olvido, a la soledad cósmica, al sufrimiento indescifrable que le anticipa esa muerte.
Su único deseo es modificar esos acontecimientos para que no le destruyan. Si tiene posibilidad, los cambia materialmente, si no puede, crea los resortes psicosomáticos para que no le afecten y pueda vivir sedado, alienado. Esto es: ¿Por qué no puedo comer de ese árbol? ¿Por qué Dios me prohíbe eso? ¿Por qué tengo esta mujer o este marido…? ¿Por qué este trabajo tan horroroso? ¿Por qué no puedo ganar más dinero? ¿Por qué esta enfermedad? ¿Por qué las cosas no salen como yo quiero? La historia se hace incomprensible, absurda, fuera de los parámetros lógicos de la normalidad. Esta situación rompe los esquemas de la racionalidad y no adivinamos otra opción más que modificarla. Y el pensamiento se materializa en: “Dios no existe. Si existiera, no permitiría esto. o no le importa lo que me pase. Por tanto, yo soy quien se tiene que buscar la vida. Yo decido qué está bien y mal.”
Entonces, bajo la incomprensión de la limitación comemos del árbol; bajo el miedo a la muerte y al fracaso, edificamos Babel; y para huir de la precariedad a través del poder y el dinero, nos hacemos un becerro de oro y le adoramos. Sin embargo, hay otra actitud que concede la gracia. Saber que Dios está presente en el sufrimiento; que no ocurre nada por azar; que Él responderá ante nuestra impotencia; que todo ocurre para el bien de los que ama. Y ante la limitación del hambre, Jesús responde: “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4.4). Ante la frustración, el fracaso y el miedo, Jesús responde: “No tentarás al Señor tu Dios” (Mt 4,7). Y ante el poder, el dinero y los ídolos, Jesús dice: “Al Señor sólo adorarás y a Él solo darás culto. (Mt 4,10).
SÍ hay, por tanto, otra respuesta ante los acontecimientos adversos, incomprensibles y dolorosos. El hombre solo, no puede responder así; no puede enfrentarse al Maligno, no podemos con él, ni con su inteligencia, ni con su mentira, ni con su conocimiento, ni con su maldad. Necesitamos la gracia de Dios. Si experimentamos que Dios nos da la vida a pesar del sufrimiento, ya no tiene el hombre que “buscarse la vida”. Dice el salmo 43: “Por qué desfalleces, alma mía. Espera en Dios: que aún le alabaré”. Aguarda un poco. Espera. Esto no lo entiendes…, pero Dios sí. Esto es absurdo…, pero para Dios no. Espera en Dios, que Él actuará.
Porque este es el trabajo de Dios: sacar de la muerte la vida. Dejémosle que lleve nuestra historia, aunque muchos acontecimientos no los comprendamos. Porque Él siempre es fiel y cumplirá lo prometido. “Por eso puse mi cara como el pedernal, a sabiendas de que no quedaría avergonzado” (Is 50.7). El maligno es el que nos hace idolatrar la razón y la voluntad, de forma que nos impide entrar en el silencio de la negación y en la obediencia de la fe, precisamente allí donde el Padre nos espera para mostrarnos que nos quiere, que nuestra vida no es absurda e insufrible, que no es necesario buscarse la vida, porque Jesucristo ha regalado la suya para todos.
Te busqué, Señor,
entre los rectos y cumplidores,
en los justos y en los amables, en los puros,
en los íntegros y en los honrados,
en los austeros y obedientes,
en los solícitos, atentos y educados.
También te busqué en los afables, en los cordiales,
en los sutiles, astutos e ingeniosos,
en los que tienen dominio de sí,
en los que controlan sus pasiones,
en los irreprochables, en los verdaderos y atentos…;
pero no te encontré, Señor.
Y un día, bajo el lastre del pecado, de la debilidad y la traición,
cuando cantó el gallo, levanté pesadamente mis ojos
y allí estabas tú.