Un sábado, entró Jesús en la sinagoga a enseñar. Había allí un hombre que tenía parálisis en el brazo derecho. Los escribas y los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado, y encontrar de qué acusarlo.
Pero él, sabiendo lo que pensaban, dijo al hombre del brazo paralítico: «Levántate y ponte ahí en medio.» Él se levantó y se quedó en pie.
Jesús les dijo: «Os voy a hacer una pregunta: ¿Qué está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar a uno o dejarlo morir?»
Y, echando en torno una mirada a todos, le dijo al hombre: «Extiende el brazo.»
Él lo hizo, y su brazo quedó restablecido. Ellos se pusieron furiosos y discutían qué había que hacer con Jesús (San Lucas 6, 6-11).
COMENTARIO
Lo que hizo el hombre de la mano derecha paralizada: obedecerle. También alguien que sabía tanto de las cosas que miran al verdadero interés de todo hombre, como es la salvación eterna, nos recomienda lo mismo: “Haced lo que él os diga”. (Jn 2,5); Por seguir el consejo de la Madre, el Hijo llenó las tinajas del mejor vino para los invitados de las bodas. Este vino mejor es el Espíritu que Dios da a quien está dispuesto a hacer su voluntad, manifestada en el acogimiento y seguimiento del Señor.
El error de los fariseos es, una vez más, la ceguera para “ver” la auténtica realidad que se esconde en la apariencia fenoménica de los hechos de la vida, sean triviales o de importancia.
El hombre de la sinagoga se pone en medio y extiende su mano atrofiada, ¡y vuelve a su sitio con la mano restablecida; sana! Los criados de las bodas de Caná llenan el agua (¡) las tinajas, y pudo continuar la fiesta en una dimensión que nadie pudo sospechar: prefiguración, por adelanto de la “hora de Jesús”, de la donación del Agua de Vida que salta hasta la vida sin fin. Es el mismo caso de la Samaritana. La Virgen María nos conceda que sea también el nuestro.