José y María son dos jóvenes de 27 y 26 años que, tras un largo noviazgo, han querido que Dios eleve el vínculo natural de su unión a la dignidad de sacramento. En una sociedad donde los jóvenes no sólo han perdido el interés por casarse y tener hijos, sino que el 30% muestra un rechazo frontal a ello, el testimonio de cuantos viven la grandeza del amor conyugal en el seno del matrimonio cristiano pone de manifiesto que, sustentados siempre por la gracia divina, es posible vivir un amor libre y sin reservas, fecundo y fiel, hasta la muerte.
Encontrar a Jesús supone, en palabras de Benedicto XVI, “una experiencia sobrecogedora de amor” que cambia la vida. ¿Cómo os ocurrió a vosotros?
José: Mi primera consciencia seria del amor de Dios es cuando mi padre nos confesó que si él no hubiera conocido a Dios no tendría diez hijos, sino uno o dos. Como yo soy el cuarto, ahí comprendí que, por encima de todo, soy hijo de Dios y Él ha hecho posible que yo viva, pues a mí no me correspondía haber nacido. Cuando llegué a la universidad yo era el “rarito” por venir de una familia donde se vivía seriamente la fe. El demonio me engañó y me hizo pensar que la gente era más feliz y más libre que yo. Con ese combate vivía una doble vida; sin dejar nunca de acudir a la Iglesia y poniendo buena cara en casa, llegaba a la facultad y me mimetizaba con el medio para integrarme en el grupo y sentirme querido. Cuando llegaban los fines de semana tenía que ser el más borracho y el que más el tonto hacía para sentirme querido. Yo he sido un bufón y he perdido mi dignidad simplemente para que, al llegar a clase, la gente me diera la palmadita en la espalda. Pero cada vez era mayor el vacío, la insatisfacción y soledad que sentía, porque sabía que no me querían a mí, sino a la imagen que yo estaba obligado a dar. Un día, cuando ya no podía más, me fui a confesar a la parroquia de mi barrio. Allí lloré de agradecimiento porque sentí que Dios me estaba esperando y que nunca había dejado de amarme, ni siquiera cuando yo más bajo había caído.
María: Personalmente también me he visto como la “diferente” por ser cristiana. Cuando ha pasado el tiempo, me he dado cuenta de todo lo que Dios me ha dado para mi bien. Igualmente como José he descubierto el amor de Dios en su Palabra, que tantas veces me ha consolado el corazón, y también en el confesionario, ya que he visto cómo ese proyecto de persona ideal que yo tenía que cumplir era una estupidez, pues yo —con mi físico y mi genio— era perfecta a los ojos de Dios. Descubrir esto te lleva a la paz real y al descanso verdadero. Es agotador ser un enfermo de la afectividad, suplicar que te quieran.
¿Es diferente vuestra vida de la de otros jóvenes que no conocen a Dios?
José: Es totalmente diferente. Después de este encuentro con Jesucristo no volví a necesitar la aprobación de los demás. Me curó de la enfermedad del afecto y pude cortar radicalmente con quien no me convenía. Aunque me quedé sin “amigos”, descubrí que estaba llamado a algo más que a ir buscando pequeños placeres para ir tirando con la vida. Yo he visto que, haciendo lo que Otro quiere, es decir, la voluntad de Dios, he sido mucho más feliz que haciendo la mía. Ahora sé que, aunque el cuerpo me pida lo mismo que a todos, puedo ser feliz muriendo a mis apetencias y haciendo la voluntad de Dios.
María: Mi diferencia es que se me ha regalado gratis un don que es la fe. No tengo mucha, es verdad, pero me hace vivir la vida con los ojos puestos en el cielo y no sólo pendiente de aquí abajo. Y lo veo en cosas concretas; por ejemplo, en el trabajo. Soy profesora de música en un colegio y, cuando los compañeros se critican entre ellos, Dios me permite no hacerlo porque sé que eso destruye a todos. En cuanto aparece el sufrimiento, siento una esperanza que va más allá del problema y que me ayuda a pensar que será para algo bueno.
donación a medias, unión a tientas
El mundo es cambiante. ¿Qué consecuencias tiene esta contracultura que se nos impone, especialmente en los jóvenes?
José: La consecuencia más evidente es la de producir insatisfacción en aquellos a los que aparentemente no les falta de nada. Hemos vuelto a Roma: se nos da “pan y circo”, pero la gente se sigue muriendo por dentro. Se cargan la familia en pro de una individualidad que lleva a vivir exclusivamente para uno. Y luego viene la parte de los leones; te ponen en bandeja todo tipo de adicciones, como lo drogas, el alcohol, la pornografía, etc. y, cuando aparece el monstruo que han creado —un pederasta o un violador— se escandalizan y se lo quieren cargar. También veo cómo hay jóvenes que desean ayudar al prójimo. Muchos colaboran en las ONG, que es fantástico, pero se quedan sólo en la ayuda social y se escandalizan de que el cura en la misión evangelice y no reparta preservativos. Están llenos de buenos sentimientos, pero como no conocen el Amor, no van a la raíz del ser humano para averiguar qué es realmente lo que necesita.
María: Añadiría también, según aprecio por mi contacto con los chavales en clase, que esta contracultura les hace perder su dignidad, porque los invita, o más bien los obliga, a hacer todo lo que desean, pero no les ayuda a madurar. Maduras cuando tienes que elegir, y elegir necesariamente implica renunciar. Pero colmar todas las apetencias te lleva a la autodestrucción, porque te quita la libertad. No ser capaz de elegir lo que me conviene sino sólo lo que me apetece es, sin duda, una esclavitud.
La juventud es la etapa de la vida donde se presenta más firme el deseo de buscar la verdad y el sentido de las cosas. ¿Por qué parece que muchos han perdido este anhelo?
José: Por el relativismo en el que vivimos. Ahora ni se tienen ideas ni existe una única verdad, sino tantas como personas hay. Y esto desgraciadamente se introduce como un veneno en las conversaciones más cotidianas. Las ansias de plenitud las tenemos todos, pero en público hay un miedo latente por defender la verdad; no sea que se nos considere intolerantes. Por eso es tan importante hablar de las propias ideas y avalarlas con la propia vida, sin imponer, pero tampoco dejándose amedrentar por lo que puedan pensar de uno. Reconozco que a mí me cuesta mucho, porque para ello no hay que tener miedo a perder la imagen.
La familia está sufriendo un cambio radical. ¿Por qué muchos jóvenes han dejado de aspirar a conocer el verdadero amor, fundar una familia, y se esfuerzan únicamente en lograr un porvenir económico seguro?
José: Yo creo que la raíz de todo esto está en vivir para uno mismo. Si tu objetivo es darte placeres continuamente, sabes bien que, cuando te cases, el otro va a invadir tu espacio; con lo cual tienes el propósito de darte únicamente hasta cierto punto, porque en mi espacio vital no puede entrar nadie. En segundo lugar, si no tienes a Dios en tu vida —y no me refiero a ir a Misa los domingos, sino a tener una experiencia real de que Él camina contigo y de que es tu Padre y nunca te abandona—, es muy complicado poner a la otra persona por encima de uno mismo.
María: Hoy día en las parejas que se forman nadie se fía de nadie. Tienen auténtico miedo al compromiso porque temen sufrir. Si se tuviera la certeza de que la pareja no te va a dejar jamás, en el fondo daría igual tener trabajo o no, porque juntos es más fácil superar los obstáculos. También influye mucho en los jóvenes ver cómo la referencia que tenían de sus padres se desmorona por tantos casos de separación y de destrucción de la familia que hay. Con Dios en medio de nosotros, tengo la garantía absoluta de que va a ser para toda la vida. Ahora bien, si tanto José como yo le damos una patada a Dios, entonces no doy un céntimo por nuestro matrimonio.
soñar, despertar, aceptar, amar
¿Cómo descubristeis la llamada al matrimonio en este tiempo concreto?
José: Nos hemos casado avalados por la experiencia de que Dios es nuestro Padre, que nos ha dado la vida y quiere lo mejor para nosotros. Poner la fecha de boda sin trabajo y ver pasar los meses y seguir sin tenerlo, nos hizo entrar en un combate tremendo. No sabíamos realmente si no nos lo concedía para que no nos casáramos o quería que siguiéramos confiando en Él. Cuando regresamos del viaje de novios éramos conscientes de que nos tocaba vivir en una precariedad económica seria. Pasados unos días, después de rezar las Laudes juntos, llamaron a María para informarla de que había sido seleccionada como profesora en una entrevista que hizo antes de la boda. ¡Imagínate nuestra alegría! Entonces nos acordamos que yo también me había presentado a un trabajo y no sabía nada al respecto, decidí llamar y me comunicaron que el puesto era mío, pero que creían que todavía seguía de luna de miel. ¡Encontramos trabajo el mismo día y encima en lo que nos gusta! Esto nos confirma sin ninguna duda que, del mismo modo que le pedía a mi padre dinero y me lo daba, le he pedido ayuda a Dios y nos la ha dado.
¿Cómo se entiende el matrimonio entre los jóvenes?
José: No se lleva porque es como si yo a un niño le diera un silbato estropeado y le dijera cómo emitir el sonido. Como no funciona, por mucho que le explique no lograré que sepa realmente qué es un silbato ¿Cómo explico yo que el matrimonio es un sacramento en el que puedes amar porque experimentas que Dios te ha amado a ti profundamente, si para ellos es un juguete estropeado porque han visto que sus padres, sus vecinos, sus primos etc. se han divorciado? No es verdad que el matrimonio sea un juguete roto y sin arreglo. Jesucristo no sólo te lo repara, sino que te da uno nuevo cada día.
María: Para la gran mayoría es un concepto obsoleto. Hasta mis alumnos me dicen: “Pero profe, con lo joven que eres, ¿qué haces casada, si eso es para viejos?”. Como para ellos es algo caduco, no tiene ningún sentido casarse. Para qué hacerlo si se puede vivir en pareja sin necesidad del engorroso papeleo en caso de ruptura. Sólo una minoría lo considera un sacramento, una alianza que Dios ha hecho con los esposos. Para mí hay un abismo entre casarse y vivir en pareja. En el fondo si no te casas, no te estás dando plenamente a la otra persona, sino que te reservas una parte de ti, ya que no estás diciendo públicamente que quieres estar con ella durante toda la vida… quizás porque no te fías de que os vayáis a querer siempre, pase lo que pase.
Muchos matrimonios fracasan antes del primer año de convivencia. ¿Cuáles pueden ser las causas de esta fragilidad?
José: Desde que nos hemos casado me he descubierto pecados nuevos que no conocía de mí y me asustan; por eso es normal que el matrimonio se vaya al garete. Lo único capaz de hacer que se mantenga el amor es que Jesucristo esté en medio de la relación; que recurramos a él constantemente, que recemos juntos, que frecuentemos los sacramentos, etc.; y además es fundamental que ambos hayamos experimentado que el Señor nos ha amado en nuestros pecados para así poder justificar los pecados del otro. Quien no tiene esto presente, puede tener mucha capacidad de aguante, pero tarde o temprano, si la relación sólo se basa en el amor humano, es muy difícil que se mantenga.
María: Te casas muy enamorado, pero cuando te enfrentas a la convivencia, descubres que el otro tiene muchos defectos que no conocías. El amor humano llega hasta un límite y, si no tienes una experiencia de Dios que te permita trascender lo puramente terreno, entonces los defectos se vuelven insoportables. El fracaso está en la incapacidad de querer al otro como es. La máscara que todos ponemos sin saberlo en el noviazgo, cae en la convivencia diaria. Considerar que nos hemos equivocado de persona e ir a por otra no es la solución, porque va a ocurrir lo mismo; no vas a poder quererla ni aceptarla como es. Y es que ahora se nos enseña a amar de un modo tan poco firme que, cuando el otro te toca las narices, lo dejas y pruebas con otro. La experiencia que nosotros tenemos de que Dios nos ama, incluso cuando hemos sido pecadores, nos capacita para poder querer al otro más allá de sus pecados.
unidad de dos, compromiso de tres
¿Por qué no se considera importante prepararse para el matrimonio, siendo el estado que más influye en la vida? ¿Os habéis preparado vosotros?
José: Si no se considera el matrimonio como un sacramento, no se ve la necesidad de prepararse para ello. Para mí una de las mayores preparaciones para el matrimonio es vivir la castidad en el noviazgo; aunque desgraciadamente eso es hoy día motivo de burla. Si eres capaz de reservar el acto sexual para el matrimonio, le estás dando un valor; pero si lo usas antes, pierde importancia. Yo a mis hermanas les digo: “Si queréis saber si un chico os quiere de verdad, hacedle sufrir un poco en este sentido”. La castidad nos entrena para la fidelidad. La mujer selecciona, pero el hombre es diferente; por eso el noviazgo vivido en castidad reordena nuestros instintos. A María y a mí al principio nos costaba mucho mantenerla, porque al ser más jóvenes era más fácil dejarnos llevar, pero combatíamos con mucha oración.
María: Creo que para los chicos es muy importante aprender a amar a la chica por encima de la atracción sexual. Es verdad que esta es imprescindible para casarse, pero por encima de ella está el amor hacia la otra persona. Para mí, como mujer, el hecho de que me haya respetado durante el noviazgo ha significado que su amor por mí va más allá de lo puramente físico, e igual en mi caso. La castidad para nosotros ha servido para respetar la dignidad de cada uno. Mis padres siempre me decían que, si Dios había pensado en mí para el matrimonio, manteniendo la castidad, se manifestaría su voluntad. Esto para mí no me ha supuesto ninguna frustración ni represión sexual en absoluto, sino todo lo contrario. Para mí la sexualidad es algo precioso que une al matrimonio, pero mal usada puede desvirtuar su sentido.
escuela de entrega, comunión y crecimiento
El éxito del matrimonio no está en saber ganar, sino en saber ceder. ¿En qué medida habéis experimentado que esto es verdad?
María: A mí se me ha quedado grabado aquello que nos dijeron en el cursillo de novios de no ir a la cama sin habernos reconciliado. Lo cumplimos a rajatabla y nos ayuda mucho. Aunque minutos antes hayamos discutido a grito pelado, a la hora de dormir siempre nos pedimos perdón. Esto es fundamental para no dejar al orgullo construir un muro entre los dos.
En los últimos diez años el número de divorcios se ha triplicado. ¿Con qué armas os enfrentáis a la vida en común?
José: Para mí el Magisterio de la Iglesia es más exacto que cualquier ciencia, porque todo lo que dice del matrimonio se cumple. Nuestras armas son Jesucristo y la oración. No tenemos más. Mi madre siempre nos ha dicho: “Escarmentad en cabeza ajena”, y es verdad; la experiencia de tantos matrimonios cristianos y no cristianos sirve para saber qué hacer y qué no hacer.
En España, el 60% de las mujeres considera que tener un hijo es un obstáculo para su vida profesional y muchas de ellas se sienten discriminadas por su embarazo. ¿Cómo lo vives tú?
María: Me parece que es cuestión de prioridades. A mí no me interesa tener un futuro profesional brillante. Soy profesora de música y me encanta mi trabajo; no necesito ser la mejor ni estar en un alto puesto para sentirme realizada. Además no sé si es por estar embarazada, pero para mí lo importante es la familia. Tengo la experiencia de que el trabajo no lleva a la felicidad plena, pero sí el donarse. Aunque por la presión que ejerce la sociedad, entiendo que dé mucho apuro anunciar el embarazo en los trabajos. A mí me ha pasado, pues parece que estés haciendo una faena a la empresa.
¿Creéis que Dios ha sido bueno con vosotros?
José: Todo es gracia y es misterio, pero se ha pasado de bueno. Ha hecho una historia preciosa con cada uno y encima ha puesto la guinda uniéndolas. No nos ha evitado sufrimientos, pero ahora con perspectiva se ve que todo ha sido bueno. Esto es un sello para poder mantener la esperanza cuando vengan acontecimientos que no entendamos.
María: Sinceramente me siento una privilegiada porque no he hecho nada para merecerme tantas bendiciones, como por ejemplo este matrimonio. La elección es un misterio, pero también una misión. Por medio de nosotros Dios quiere encontrarse con gente que no lo haya descubierto todavía en su vida. Quizás viendo todo lo que el Señor ha hecho y hace con nosotros, puedan creer que existe el amor que dura toda la vida. El matrimonio cristiano no es de color rosa ni está edulcorado; nuestras vidas son iguales, con los mismos problemas y sufrimientos, pero Cristo está en medio fortaleciéndolo.