En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Estaban asustados, y no sabía lo que decía.
Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo.»
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos» (MARCOS 9, 2-10).
COMENTARIO
A tenor del Evangelio de Marcos que hoy se proclama en la Iglesia, esta pregunta reúne varias peculiaridades que tienen mucho que ver con su respuesta.
Es una pregunta que sorprende e inquieta, tanto como la misa realidad de la muerte. Además tiene gran poder de fijación en el corazón: se nos grava dentro y vuelve una y otra vez: tantas, por lo menos, como se plantea el hecho real de morir. En tercer lugar nos coloca en una disyuntiva nada fácil de resolver: si con la muerte se acaba todo y nada queda que no sea la nada, o si la vida se supera a sí misma, aun en contra de la más elemental y común experiencia, sobre todo experiencia ajena, claro está.
La segunda posibilidad no es fácil de admitir: nunca lo ha sido, porque para darla como factible se necesita una apertura de espíritu que empieza por la del oído. Marcos no plantea ninguna discusión filosófica o teológica. Antes bien, presenta una proclama con pretensiones de respuesta profunda y plena a la pregunta de inicio: <<Vino una voz del cielo que decía “¡escuchadle!”>>
Es para pensárselo. El actuar de Dios en los asuntos más serios de la vida humana siempre ha sido una oferta a la razón y a la libertad para aceptar a quien propone su propia Resurrección como anuncio y primicias de la de todos los hombres.