El pasado 11 de febrero, festividad de Ntra. Sra. de Lourdes, la Iglesia Universal celebró el Día del Enfermo, institucionalizado por Juan Pablo. Con frecuencia afirmamos que este médico, enfermera, psicólogo o psiquiatra es muy humano para indicar que nos atienden con respeto, consideración y teniendo en cuenta nuestro sufrimiento y nuestra angustia. Por el contrario, el profesional deshumanizado es el que considera al otro como si no tuviera derechos y antepone sus propios deseos y a veces caprichos, a los del ayudado. Pero humanizar la relación profesional de la salud-enfermo es algo más. Veámoslo.
entre el calor humano y la competencia técnica
La actitud humanizadora es el punto intermedio entre la cariñoterapia y la tecnificación. Mejor aún; se alimenta de ambas dimensiones. Es decir, no somos más humanos si solamente nos preocupamos del otro en su aspecto emocional, siendo su paño de lágrimas, ni tampoco si proponemos un hospital con todas las comodidades (aire acondicionado, buena comida, exquisita limpieza, etc.) pero olvidamos la preparación profesional de sus trabajadores o no estamos pendientes de los últimos avances de la ciencia médica para atender a los enfermos.
De entrada podemos afirmar que la técnica no es humanizadora ni deshumanizadora, sino que depende cómo se emplee. Cualquier intervención médica (técnicas de diagnóstico o de tratamiento) se deshumaniza si no se hace con respeto y teniendo en cuenta al otro; pero, también, un centro sanitario y sus profesionales que solamente se preocupan de atender a los enfermos con ternura, sería deshumanizador, pues descuidaría la posibilidad de un mejor tratamiento a los pacientes y por tanto les privaría de una posible curación.
En otras palabras: si anteponemos la técnica a las necesidades psicológicas de los enfermos provocamos una relación perversa pues estamos instrumentando a los enfermos y los convertimos en “objetos” de nuestros conocimientos y habilidades para curar; pero también es cierto que la cariñoterapia ( entendida como una preocupacón exclusiva de las necesidades psicológicas, sociales y familiares del enfermo) es una forma de paternalismo donde lo que prima es la dimensión emocional, pero se relega a un segundo plano todo lo que signifique técnica (preparación de los profesionales sanitarios, conocimientos de los últimos avances de la medicina, utilizar los últimos adelantos para la exploración y tratamiento de los pacientes, etc.).
un todo que sufre
Esta es la base de toda acción humanizadora: relacionarme con el otro, desde mi condición de persona sana con otra persona sufriente. En terminología de M. Buber sería una relación “yo-tú”. En nuestra práctica diaria, los profesionales de la salud corremos el riesgo de que nos relacionemos con el enfermo, no con su totalidad, sino generalmente con su parte enferma: su hígado, sus varices, el tumor cerebral, la hernia de disco, etc. Esto provoca una “cosificación” del enfermo: nos relacionamos con su higado, sus varices o su tumor pero “olvidamos” a la persona en su totalidad, que siente y tiene preocupaciones, deseos y proyectos. Pero en estos casos, no solamente sale perjudicado el paciente, sino que esa actitud se vuelve contra el profesional y convierte su acción curativa o de cuidados en una rutina.
El gran riesgo que corre el hombre enfermo es su degradación en cosa: se calcula cuánto costará a la sociedad su curación, se trata solamente su parte enferma (el hígado, el corazón, etc.). Es decir, el paciente es un objeto, y no un sujeto, al que utilizo, observo y curo, pero ignorando su esencia de persona. Esta relación Yo-Eso (Martin Buber, 1979) lleva en sí el germen de su propio fracaso, pues un vinculo cosificante cosifica también al sujeto; es decir, «el esclavo esclaviza al amo».
Sin embargo, en una relación Yo-tú, el otro es considerado un todo que sufre, y no solamente un aparato o parte del organismo es el que está estropeado. En este tipo de vinculación ambos elementos quedan enriquecidos. Es decir, se intenta un fin determinado: la curación del paciente pero en un clima claramente emocional y afectivo.
un camino en compañía
El filósofo francés Edgar Morin plantea una concepción del hombre como totalidad, es decir, un ser biológico total, psicológico total y socialmente total, que choca con la idea aristotélica de la simplicidad y de dividir en partes (biológica, psicológica y social) para comprender el todo.
Edgar Morin afirma: “ser sujeto es ponerse en el centro de su propio mundo, ocupar el lugar del “yo”. Es evidente que cada uno de nosotros puede decir “yo”; todo el mundo puede decir “yo”, pero cada uno de nosotros no puede decir “yo” más que por sí mismo. Nadie puede decirlo por otro…Ser sujeto es ser autónomo siendo al mismo tiempo, dependiente. Es ser algo provisorio, parpadeante, incierto, es ser casi todo para sí mismo, y casi nada para el universo”.
Un modelo integral supone no solamente considerar al hombre en todas sus partes (cuerpo, mente, espíritu, la cultura, la técnica el medio en el que se atiende, los medios que se utilizan, etc.) sino en algo más. Es partir de la complejidad del universo y cómo el ser humano forma parte de esa complejidad y es un todo (no la suma de partes), sino una realidad que es atravesada toda ella por el vector suceso de la enfermedad. Además, esa nueva realidad que resulta, se interacciona con la totalidad de los demás sujetos, produciéndose una concatenación de vínculos que puede favorecer o entorpecer el proceso curativo.
La condición indispensable es que el médico, enfermero, trabajador social, agente de la Pastoral de la salud…, entre en interacción con los sentimientos y las angustias del enfermo, no para “llorar” con él, sino para recorrer el nuevo camino que la enfermedad sugiere.
Bellamente lo expone Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke ( 1993): «El camino del individuo va de lo insano a lo sano, de la enfermedad a la salud y a la salvación. La enfermedad no es un obstáculo que se cruza en el camino, sino que la enfermedad en sí es el camino por el que el individuo va hacia la curación. Cuanto más conscientemente contemplemos el camino, mejor podrá cumplir su cometido. Nuestro objetivo no es combatir la enfermedad, sino servirnos de ella; para conseguir esto debemos ampliar nuestro horizonte».
Nosotros añadimos que este recorrido no se hace solo, sino en compañía con todas las personas que están próximos al paciente. Por eso es importante contemplar al enfermo como un ser total. Así, podemos concluir que la atención humanizadora no consiste en atender al enfermo en todas sus partes (es una forma de cosificar también al sujeto), sino desde la totalidad del cuidador con la totalidad del ser sufriente, a fin de construir un nuevo vínculo sanador para ambos.