En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.
Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
No sabía qué decir, pues estaban asustados.
Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo».
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.
Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.
Le preguntaron: «¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?».
Les contestó él: «Elías vendrá primero y lo renovará todo. Ahora, ¿por qué está escrito que el Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser despreciado? Os digo que Elías ya ha venido y han hecho con él lo que han querido, como estaba escrito acerca de él» (San Marcos 9, 2-13).
COMENTARIO
El Señor también nos ha tomado a nosotros los cristianos aparte y nos ha llevado a un monte alto por medio del don de la fe. En muchas ocasiones, bien en alguna predicación, en alguna eucaristía, en algunos momentos de oración, en algún acontecimiento fuerte de nuestra vida, o bien de un modo suave y continuado, le hemos visto transfigurado como el Hijo de Dios vivo. Y se nos ha manifestado como no puede hacerlo nadie de este mundo: vivo y resucitado. Y esta experiencia nadie nos la puede quitar.
Y también nosotros le hemos dicho al Señor: “qué bien se está aquí”. Y por gracia de Dios hemos podido experimentar que Dios nos ha convocado a escuchar su Palabra, asistir a la Eucaristía y caminar junto a su pueblo en una comunidad de hermanos. “ “Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo”. Como el pueblo rescatado de la esclavitud hemos escuchado en medio del desierto de nuestra vida: “Shemá Israel”. Y nos hemos puesto en camino. No nos hemos quedado instalados diciendo: “qué bien se está aquí”. Nos hemos puesto en camino como Abrahán, siguiéndole a Él, sin saber a dónde.
También nosotros hemos bajado del monte a nuestra realidad, a nuestra vida cotidiana, a la humildad de la verdad. Y también hemos caminado muchas veces sin entender nada, como los apóstoles, discutiendo y haciendo preguntas. Y la respuesta de Jesús es misteriosa: “¿por qué está escrito que el Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser despreciado?” Misteriosa para los poderosos de este mundo, pero una Palabra revelada a los pequeños. Felices y bienaventurados los pequeños, los pobres, los limpios de corazón porque ellos verán la cruz gloriosa y a Jesús resucitado.
Pidamos al Señor que nos conceda tener los oídos abiertos a su Palabra para que baje hasta nuestro corazón, lo renueve y recree de nuevo, y podamos verle en nuestra historia con los ojos de Cristo, el Hijo amado.