«En aquel tiempo, se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde habla hecho casi todos sus milagros, porque no se habían convertido: “¡Ay de ti, Corazín, ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, cubiertas de sayal y ceniza. Os digo que el día del juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras. Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno. Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que en ti, habría durado hasta hoy. Os digo que el día del juicio le será más llevadero a Sodoma que a ti.». (Mt 10, 20-24)
Jesús se lamenta por la impenitencia de las ciudades en las que ha hecho la mayor parte de sus milagros debido a la suerte que les espera. Hoy sabemos qué ha sido de Corazín y Betsaida, no son más que un montón de piedras negras arruinadas en los montes de Galilea. En cuanto a Cafarnaún, media ciudad se halla sumergida bajo las aguas del lago. Pero su ruina no se debe a ningún castigo divino, sino que es producto de su obstinación.
Este episodio nos recuerda el llanto de Jesús sobre Jerusalén, lamentando su ruina porque “no ha conocido el día de su visita”. La vida y la salvación para el hombre vienen de Dios con Jesucristo. Quien crea en Él se salvará, quien no crea, se condenará. Al acoger a Cristo se acoge la vida, al rechazarlo, se rechaza la vida. Esta es la condición humana que, en su libertad, puede elegir su bien o su mal. Estas ciudades impenitentes se han privado a sí mismas de la salvación, pero su pecado es mayor que el de otras porque ellas han contemplado la mayor parte de los milagros del Señor; se les ha dado mucho, por eso se les pide también mucho, ya que “al que mucho se le dio, mucho se le pedirá, al que poco se le dio, poco se le exigirá”.
Es una llamada de atención para todos nosotros, pues el Señor nos ha enriquecido con muchos dones y hemos recibido muchas gracias, gracias que otros no han tenido, por lo que nuestra responsabilidad es mayor. Y si hemos recibido mayores gracias no ha sido por nuestra cara bonita sino para ponerlas al servicio de los demás. El señor se quiere servir de los hombres para llevar la salvación a los hombres, de modo que enriquece a unos para que hagan partícipes de sus riquezas a otros, y reparte sus riquezas para que las administremos, pero si uno se guarda para sí los dones recibidos o los malgasta holgazaneando y despreciándolos, llegará el momento de rendir cuentas de nuestra administración y se nos pedirá de acuerdo a lo que se nos confió.
Pero no hemos de olvidar el “pecado” de estas ciudades, el mismo que cometió Jerusalén. Ellas no “acogieron” la predicación de Jesús, estaban demasiado pagadas de su prosperidad. Las ciudades del lago de Galilea, por ser una zona fronteriza y de paso, eran ricas y autosuficientes, se bastaban a sí misas y rechazaron a aquel oscuro predicador de Nazaret, una pequeña aldea olvidada, de la que nada bueno había salido. Se creían ricas y eran miserables; llenas de bullicio y de vida, y estaban muertas. Se rieron y despreciaron al Señor del universo y al Autor de la vida, y su destino fue desastroso. Hoy no existen más que sus ruinas; en cambio, la denostada Nazaret, la escondida, se encumbra sobre los montes que la rodean y se eleva pujante entre las ciudades de Galilea. Hasta en estos detalles se cumple la palabra del Señor. Pero la historia de estas ciudades es nuestra historia. También nuestra sociedad, satisfecha de sí misma, se cree autosuficiente y reniega de Cristo. ¿Esto es sensato? De sabios es rectificar y aprender de la historia.
Ramón Domínguez