Y tanto es así que somos una vara de medir, que ya desde el principio hemos utilizado el propio cuerpo para hacerlo: pulgadas, palmos, pies, codos, sacarle una cabeza a uno en la estatura, ganar una carrera por un cuerpo, etc. También es verdad que usamos una vara o una caña; ya lo dijo Pascal (gran matemático y pensador): «El hombre es una caña…; pero una caña pensante».
Para cosas más profundas, usamos incluso el corazón. «Te quiero con todo mi corazón» quiere decir con una medida…sin medida. (A lo mejor por vergüenza, cuando no amamos mucho, no nos atrevemos a decir que queremos con un 25% o un 50% sólo del corazón).
¿Y por qué esta inclinación al número, al cálculo, a pesar y medir? Pues porque ya desde el principio de nuestra historia nos iba la supervivencia en ello: aprendimos que midiendo y calculando lográbamos dominar las cosas y ponerlas a nuestro servicio y en función de nuestros intereses. Nos va la vida en unos miligramos en los medicamentos, en unas décimas de milímetro en que se maneja el cirujano; y a veces nos salvamos «por un pelín».
La inmensa alegría que supone para nosotros recibir la vida como don de Dios y transmitirla del mismo modo nos lleva a una reflexión importante acerca de la contundente experiencia de que en este mundo sobrevivir no va más allá de alargar la vida un poco, o retrasar la muerte, según se perciba la cosa, optimista o pesimistamente. Si no resuelvo el problema de la muerte, no podré resolver tampoco el de la vida, porque ésta es un acertijo de esos que se expresan con una pregunta: si cabe la verdadera supervivencia, y cómo me las averiguaré yo para ser uno de esos supervivientes.
Los antiguos se afanaban y angustiaban para resolver sus problemas de longitudes, pesos, capacidades, etc. En concreto para hallar longitudes circulares se vieron muy aliviados cuando descubrieron el número ?. Desde el papiro egipcio de Rhind, pasando por Arquímedes y C. Ptolomeo, hasta W. Jones y Euler y los cálculos de David y Gregory Chudnovsky ya es posible con una sencilla operación saber cuanto mide el coso de una plaza de toros, el botón de la camisa o el mismo Universo (es un decir), caso que sea circular. Teniendo ? y el diámetro, se multiplica y ya está.
Por cierto, ¿por qué es más grande el albero de las Ventas que una aspirina? Si me duelen las muelas a rabiar, ya veríamos a ver qué es más «grande»… para mí. (Ya dejó dicho Protágoras que somos la medida de todas las cosas). Entonces: ¿no ocurrirá lo mismo -más o menos- con la Vida Eterna? Puede que ésta sea como una circunferencia: empieces por donde empieces no se acaba nunca, y al mismo tiempo tiene una medida calculable. la eternidad no es algo de incalculable tamaño; algo inconmensurable… ignoto… que se pierde en la nebulosa de los deseos imposibles.
¡Qué cosa más sorprendente! Hoy sabemos que son millones los decimales que van detrás de la coma en el número ?. y sin embargo esta medida nos basta para manejarnos con las cosas: para eso los sabios nos han dado tan magnífico número: 3´1416… Y ¿Dios iba a ser menos?
“Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por Él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 14-16)
En 1Jn. 3, 14-16 hay encerrado un mensaje que es la clave de la Eternidad. Su estructura numérica, tan parecida a la del número matemático, soporta la razón o relación constante entre la Circunferencia de la vida del Cielo y nuestra longitud temporal y terrestre: El Señor Cristo-Jesús ha dado su vida por mí, y yo he de amar así a los hombres. Este amor bipolar mueve el Universo.
Pero necesito el diámetro, es decir, pasar ese 1 Jn. 3, 14-16 por una recta o segmento de dimensiones experimentales físicamente, un diámetro real y concreto encarnado en nuestra realidad temporal y natural.
Según la misma revelación de Dios, hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios (Gn. 1, 26-27) en Cristo-Jesús (Ef. 2,10). Nuestra realidad natural, nuestra condición constitutiva como seres personales es que Dios Padre nos ha hecho para la comunión con Él: agraciados en Jesús para ser hijos en el Hijo, por un mismo Espíritu (EF. 2, 10). Esta realidad física, natural (que llega a su plenitud con la incoporación sacramental a Cristo por el bautismo (Rm. 6, 3 ss) es un don gratuito de Dios, pero no es un añadido a nuestro ser natural. La imagen y semejanza del Hijo, primogénito de toda criatura (Col. 1, 15-16) y Cabeza de cuanto existe (Ef. 1, 10) y en quien reside toda Plenitud (Col. 1, 19) es, en nuestra temporal y terrena naturaleza (Gn. 2, 7), capacidad de eternidad o vida que no acaba. Tal es el don o gracia creacional que atraviesa nuestra existencia y le confiere una medida o dimensión inefables.
Habiendo sido creados en Cristo para estar siempre con Él, nuestra existencia alcanzará la plenitud a la que ha sido llamada en el desarrollo continuado de la obra del Señor en nosotros (1 Cor. 15, 58).
Ya ahora Pablo llama «victoria» a esta plenitud de vida. La incorporación a la vida de Dios, queda en nosotros como victoria sobre el pecado y la muerte: una vida nueva, la misma vida del Señor resucitado y glorificado, nos glorificará a nosotros también (Col. 3, 1-4). La vida nueva en Cristo ya aquí se tranformará, en virtud de esta «razón geométrica» que es el don de Dios operando en nosotros», en VIDA ETERNA, por nuestro Señor Jesucristo» (Rom. 6, 21).
La verdad es que no se puede expresar mejor esta relación Diámetro terretre- Circunferencia eterna. Nuestro lenguaje es tantas veces insuficiente e inexacto…; pero la verdad es que San Pablo escribe cada vez mejor; cada año mejor.
Nacer hombres para acabar disolviéndonos como meros aglomerados de elementos bioquímicos, es como montar en un «tren de alta velocidad» y corto (cortísimo) recorrido: cuanto más rápido va, antes se juntan el comienzo y el fin del viaje. En un viaje así todas las estaciones son últimas, terminales: sólo que el billete no le dura lo mismo a cada uno.
Para nosotros no; llegados a la estación postrera de este tramo temporal y terrestre, un oportuno cambio de agujas nos meterá en la vía viva del amor eterno de Dios. Esto es la muerte: un cambio de agujas. Precisamente, sabemos que pasamos de la muerte a la vida al amar a los hermanos por amor de Dios. Es todo cuestión de amor.
Alguien ha dicho que cada uno es lo que ama: se es lo que es nuestro amor. Y como «sicut vita, finis ita» (como se vive, así se acaba) el que ama la tierra, acabará hecho tierra; quien ame al Señor acabará resucitado y glorioso como Él.
San Juan de la Cruz (maestro excelso en medidas y ritmos de palabras) puso en boca del mismo Dios Padre:
«Al que a tí te amase, Hijo,
a mí mismo le daría,
y el amor que yo en tí tengo,
ese mismo en él pondría,
en razón de haber amado
a quien yo tanto quería»
(del «Romance sobre el Evangelio»)
Y si no, mirad a la Virgen María, la Madre del Señor: tanta geometría de la buena aprendió, que hizo de su vida una Circunferencia gloriosa que ahora luce espléndida como «Corona de doce estrellas» en el cielo (Ap. 12, 1).
A nosotros nos aguarda idéntico futuro, conformado por Dios según «la medida (¿sería irreverente decir «según un especial número ?»?) del don de Cristo» (Ef. 4, 7) en el Espíritu Santo, que «Dios ha repartido a cada uno en la medida de la fe». (Rom. 12, 3).