En aquel tiempo, Jesús llegó al templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo para preguntarle: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?».
Jesús les replicó: «Os voy a hacer yo también una pregunta; si me la contestáis, os diré yo también con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?».
Ellos se pusieron a deliberar: «Si decimos “del cielo”, nos dirá: “¿Por qué no le habéis creído?”. Si le decimos “de los hombres”, tememos a la gente; porque todos tienen a Juan por profeta».
Y respondieron a Jesús: «No sabemos».
Él, por su parte, les dijo: «Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto» (San Mateo 21, 23-27).
COMENTARIO
Creo que se presenta clara la enseñanza de este fragmento del evangelio de san Mateo: No debemos juzgar la autoridad de los que nos hablan de Dios, solo porque no conozcamos su preparación y estudios o sepamos que son escasos. Quizá lo hemos hecho alguna vez, y desde luego hemos visto cómo se despreciaba el trabajo o la aportación de una persona por su evidente falta de carisma o su escasa preparación intelectual. Dan mucho miedo las palabras de Jesús sobre nuestros juicios y valoraciones, porque también dijo que seremos juzgados con el mismo rasero y nos aplicarán la misma medida, cuando seamos juzgados (Lc 6,37). Los maestros de la ley desprecian a Jesús porque no era rabino ni “cualificado” conocedor de la Escritura, era el hijo de un carpintero y no tuvieron ni fe ni humildad para valorar su santidad y sospechar que pudiera ser el Mesías prometido. Jesús aseguró en una ocasión que Dios puede sacar hijos de Abraham de las piedras. Así que puede muy bien sacar un apóstol o un profeta de cualquier anodino personaje de la esquina. No miremos nunca a nadie con desprecio, pero menos, mucho menos en los asuntos de Dios, porque podremos salir escaldados cuando comprobemos su valía espiritual y su santidad, desde luego superiores a las nuestras. Él hizo en el antiguo testamento de un tartamudo un predicador y ha sacado en todo tiempo mártires de los cobardes, héroes de los pusilánimes y santos de los pecadores.
Hay pocos pasajes evangélicos en los que Jesús muestre su sentido del humor; este es uno de ellos, como también el del dialogo con la mujer cananea, que dio pie a ello con su ingenio y capacidad de argumentación. Jesús estaba harto de las chinchorrerías a las que le sometían los legalistas sumos sacerdotes y maestros de la ley, faltos de sencillez y caridad, con sus preguntas: ¿Por qué haces esto?, ¿con qué poder echas los demonios?, ¿por qué tus discípulos no ayunan?, ¿por qué no se lavan las manos?, ¿por qué comen de las espigas?, o en este caso ¿qué autoridad se te ha dado…? El dulce Jesús siempre manso y humilde les contestó amablemente con sus argumentos y razones. Aquí contesta a la gallega, con una pregunta comprometida, de esas que temen los políticos, y que él conoce de sobra que no va a ser contestada, para dejarlos en ridículo ya que, se suponía que ellos tenían formación religiosa para conocer lo que procedía de Dios y eran excesivos en su crítica llenos de soberbia y prepotencia. No poder contestar para no comprometerse, seguro que les molestó y humilló mucho. Y Jesús remata: “¿No lo sabéis? pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto”. Su postura me gusta, porque se muestra humano y reacciona tajantemente, en vez de ponerse a convencerlos de lo que no querían convencerse. Esta vez Jesús no se expone a su crítica.
En casos similares las personas muy religiosas y llenas por tanto de caridad y mansedumbre, olvidan este ejemplo que da aquí el Señor como remedio para los que vienen con preguntas de complicada respuesta, no para saber, sino para dejarnos en blanco, para fastidiar. Muchas veces a este tipo de no creyente lleno de mala intención, que solo quiere dar la tabarra, hay que contestarle como lo hizo Jesús en esta ocasión: Pues si no crees ni quieres creer, no admito tus críticas ni las preguntas capciosas para hacerme caer. No pienso decirte por qué creo o no creo, si se salvará el que hace esto, o por qué Dios permite aquello. Con un afán educativo puede ser beneficioso para ellos mandarles ¡a tomar viento!