Uno de los comensales dijo a Jesús: «¡Bienaventurado el que coma en el reino de Dios!». Jesús le contestó: «Un hombre daba un gran banquete y convidó a mucha gente; a la hora del banquete mandó a su criado a avisar a los convidados: “Venid, que ya está preparado”. Pero todos a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: “He comprado un campo y necesito ir a verlo. Dispénsame, por favor”. Otro dijo: “He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas. Dispénsame, por favor”. Otro dijo: “Me acabo de casar y, por ello, no puedo ir”. “El criado volvió a contárselo a su señor. Entonces el dueño de casa, indignado, dijo a su criado: “Sal aprisa a las plazas y calles de la ciudad y tráete aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos”. El criado dijo: “Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía queda sitio”. Entonces el señor dijo al criado: “Sal por los caminos y senderos, e insísteles hasta que entren y se llene mi casa. Y os digo que ninguno de aquellos convidados probará mi banquete”».” (Lc 14, 15-24)
Mateo proclama dichosos a los que tienen hambre y sed, porque ¡quedarán saciados! Aquí Lucas, proclama “bienaventurado el que coma el pan en el Reino”, (makarios ostis fagetai arton en te Basileia tou Zeou, dice el griego y “Beatus, qui manducabit panem in regno Dei”, la Vulgata.) Aunque la nueva traducción, no entiendo por qué, se “come” lo del pan, y solo dice «el que coma en el Reino». Pero el banquete del Reino es el pan de la Eucaristía, la mesa donde se sacian el hambre y la sed de Dios. La exclamación de querer sentarse en ella, da pie a Jesús para evangelizar contando la historia del hombre rico y los amigos infieles.
En la lectura de hoy, algo raro pasaba entre el anfitrión y los invitados primeros para que no acudiesen, porque en las culturas del Mediterráneo, una invitación a trabajar provocaría excusas, seguro, pero ¡un banquete de esa categoría, no se lo pierde nadie! Lucas se fija en las personas, y pone su chispa especial de narrador contándolo. Dice que dio el rico paterfamilias una gran cena (deipnou megalen en su griego, “cena magna” traduce la vulgata), y son importantes los términos “cena” y “pan”, aunque la versión de la C.E.E no los nombre, porque “Cena” es el mismo que se usa, -especialmente por Juan-, para identificar el encuentro total del Reino. Lo usa desde la que llamamos Última Cena, hasta el gran banquete del Apocalipsis. Lucas aquí lo usa para identificar a las personas del Reino, poniendo ese toque de humor que hace tan fresca su lectura. El término “cena” conlleva el ambiente nocturno, íntimo, donde las excusas de los invitados, que son parte importante del mensaje, se hacen más extravagantes. La hora de la cena, y más siendo una gran cena, se supone que comienza al terminar el crepúsculo, cuando ya la luz decae y hace que el trabajo del día se dé por concluido. Por eso las excusas son casi ofensivas para el invitante al banquete. El primero de los comensales no acude porque “quería ver la nueva finca que había comprado”. Poco iba a ver, siendo ya de noche. El segundo que “quería probar cinco yuntas de bueyes” labrando con ellas. ¡Qué dificil le iba a ser realmente arrear a un buey de noche! y menos sacar un surco derecho. El tercero dice que se había casado, y naturalmente tendría que atender los deberes conyugales. Pero ¿por qué no había invitado a su boda al buen amigo ante quien se excusó? ¿No será que todos los otros habían ido a la misma boda del amigo común? Y si alguno se arrepintió y fue al banquete, al asomarse y encontrarlo lleno de aquellos “comensales” tan especiales de última hora, pobres, lisiados, ciegos y cojos, saldría huyendo de nuevo hacia la boda.
¡Malos amigos tenía el dueño del banquete! Dice Lucas que “un hombre daba una gran cena e invitó a mucha gente”, y es que Lucas no es el evangelista de la gente, y aquí la pone en evidencia. En el paralelo de Mateo (22 2-10), era un rey el que daba el banquete de bodas de su hijo, y la cosa acabó en tragedia. ¡Pobre hijo, pobres bodas, pobre banquete! Esta no es una pequeña parábola anecdótica del Reino, para entender sus excelencias. Es un drama que sigue ocurriendo en nuestro tiempo y vida. Tenemos tiempo para todo menos para Dios, y nuestras excusas son pueriles, inútiles, hilarantes. ¿Nos creemos ciudadanos del Reino Nuevo, universal? Quizás sí, pero a veces nos tienen que llevar a la fuerza.
La intención de Lucas en la fábula que cuenta, está unos versos antes y otros después de la lectura de hoy. “No invites a los ricos, ni hermanos, ni parientes, ni vecinos, porque o te reinvitarán y quedarás pagado”. O no irán, y quedarás en ridículo, podía haber dicho. «Cuando des un banquete, «invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos». (Lc 14, 12-14) Subrayo el pago en la resurrección, porque es el verdadero Evangelio de hoy: No tiene sentido banquetear sino en la esperanza en el más allá de la muerte, donde todos los amores y saciedades y repuestas y encuentros, serán de otra manera.
Lucas se daría cuenta, como hombre práctico de la calle, de que aquella doctrina no era posible sino en la sublimación de la Verdad del Reino. Y el banquete, triste para el invitante, que terminaron comiéndoselo los pobres, lisiados, ciegos y cojos, no fue solo un bálsamo al orgullo del hombre rico y despreciado, sino que tiene como única explicación algo más difícil de entender a la razón sin la chispa de la fe, la experiencia del Reino y la Palabra, la experiencia de la Cruz.
La genuina explicación del signo de contradicción para Lucas es el propio Evangelio, y así lo proclama ya en Lc 2,34 por boca de Simeón en su profecía a María:– “Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción”–. Ahora la contradicción suprema la establece Lucas dos versículos después del que termina la lectura de hoy. “Si alguno quiere venir a mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío. El que no coja su cruz y venga tras de mí, no puede ser discípulo mío” (Lc, 14 26-27).
La lectura de hoy no se entiende sin la introducción y conclusión del mismo Lucas que he transcrito, porque parece mayor contradicción querer suavizar los valores difíciles del Reino en la tierra, que sublimarlo en la Cruz, donde todo es posible. El Camino es duro de verdad, pero se hace imposible cuando no cargamos su cruz, nuestra cruz. El Evangelio de hoy no habla solo de ricos y pobres, de sanos y enfermos, sino del que escucha la invitación al Pan del Reino, y va o no va a Él, según la propia decisión.