«En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a la orilla del lago; la gente acudía a él, y les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Se levantó y lo siguió. Estando Jesús a la mesa en su casa, de entre los muchos que lo seguían un grupo de publicanos y pecadores se sentaron con Jesús y sus discípulos. Algunos escribas fariseos, al ver que comía con publicanos y pecadores, les dijeron a los discípulos: “¡De modo que come con publicanos y pecadores!”. Jesús lo oyó y les dijo: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”». (Mc 2, 13-17)
Para desear de verdad a Jesús se necesita primero sentirse pecador y publicano, al igual que para acudir al médico es necesario sentirse enfermo. Esta simple comparación nos puede ayudar a reflexionar sobre el modo en que muchas veces vivimos nuestra relación con el Señor.
Nos parecemos mucho más de lo que nos imaginamos a esos escribas y fariseos que viendo a Jesús comer con publicanos y pecadores en casa de Mateo le criticaban por ello, al considerar aquello una indignidad y una bajeza moral intolerable. Según sus esquemas mentales, los buenos tenían que comer solo con los buenos y no mezclarse ni acercarse siquiera a los malos, los impuros. Ese planteamiento de los rabinos de entonces es igual que el nuestro, cuando hacemos uso de la Religión para sentirnos bien en nuestros grupos de convivencia y movernos en ambientes agradables llenos de paz y sosiego, sin la incomodidad de tener al lado personas que no son creyentes o que no saben rezar, o cuyas vidas no son ejemplares. Sin darnos cuenta hacemos de nuestra fe un comedor de fariseos en donde todos se sienten muy a gusto con su propia bondad y su camino de santidad bien trazado. Pero Jesús no parecía seguir esa línea de pensamiento religioso de entonces ni ahora lo pretende en su Iglesia. No necesitan médico los sanos… No me puedo imaginar a un paciente que viene a la consulta refiriendo encontrarse muy bien, con muy buen apetito y sin dolor alguno. Así parece que estamos cuando vamos a ver al Señor a nuestras Parroquias, sin verdadera necesidad de perdón, ni de consuelo, solo para sentirme bien allí y autoafirmarme en mi ya supuesta conseguida bondad.
El verdadero seguidor de Cristo debe estar en un permanente estado de conversión, necesitado siempre de “atención médica”, aunque solo sea para “catarrillos espirituales”, pero en actitud de buscar alivio, consuelo y reparación. De esta forma siempre encontraremos al Señor que buscamos, al que quiere curar de verdad, sanar los corazones afligidos. Y no es cuestión de hacerse un hipocondriaco espiritual o un quejoso del alma, solo se trata de tener una actitud humilde y un deseo permanente de mejorar nuestra salud espiritual, lo que llamamos camino de santidad, que es la salud plena que solo se alcanza en el Cielo.
Creo que tenemos que ver más la vida espiritual con ojos de publicanos y pecadores, y no con los ojos de los fariseos, repletos ya de salud y con poca intención de ir al médico. Y menos aún de llevar a sus vecinos, de los que solo parecen importarles sus miserias para criticarlas
Hay que sentirse siempre enfermito de Jesús, unas veces para simples catarros y otras para neumonías del alma. Pero siempre necesitados de sus servicios. Y además hay que recomendar este “doctor” a los que vemos que cojean también, al menos como nosotros, o a los que nos cuentan sus dolores. A esos busca Cristo; para ellos ha nacido y ha muerto en la Cruz.
No seamos necios al pensar que la salud del alma consiste en comer con gente buena y de honrada fama, como hacían los fariseos. La salud del alma necesita sentir el dolor del pecado para buscar ayuda. Necesita reconocer la enfermedad también en nuestros hermanos, para ayudarles en su dolor y hablarles del único Médico que cura realmente todo, sin apenas hacer pruebas, porque sabe lo que nos pasa en cuento entramos en su consulta.
Jerónimo Barrio