“Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6); “la verdad os hará libres” (Jn 8,32). Si los cristianos se toman en serio las palabras de su maestro y aplican el sentido común, admitirán que solo existe una Verdad (no múltiples verdades): Jesucristo. Todo lo que haya de verdad en el mundo les pertenece. Dicho de otra forma, los cristianos, si verdaderamente siguen a Cristo, que dice ser la Verdad, buscan la verdad de las cosas, pues está en íntima relación su Salvador.
Ya que preguntamos por la verdad y estamos en la sección de cine, podríamos preguntarnos qué es el cine. Al cristiano le interesa conocer la verdad del cine, ¿o es que la verdad de Cristo va por un lado y la del cine, la pintura, la danza y la arquitectura va por otro? ¿No puede iluminar la Verdad de Cristo estas realidades?
Quién conoce qué es el cine, sabe cómo se debe realizar una película (para hacer honor a la verdad del cine y no desvirtuarlo); sabe cómo se debe ver una película o cómo debe ser analizada; sabe diferenciar una película de una secuencia de sketches, un videoclip, un vídeo propagandístico, una dramatización/recreación o un documental. Ocurre así, de forma análoga, con quien conoce el mundo del motor y la mecánica; aquel (e, incluso, quienes no saben de coches) puede diferenciar el coche de la motocicleta, el sidecar, el autobús, etc.
¿Por qué decimos esto? Porque la gran educadora de nuestro tiempo es la imagen en movimiento (películas, videoclips, documentales, series de televisión, vídeos propagandísticos, etc.). Conviene, pues, acercarse a la imagen en movimiento con verdad. Para ello daremos algunos apuntes (que no agotan la cuestión) con el fin de ayudar a distinguir lo que es cine de lo que se le parece. Finalmente diremos algo sobre cómo evitar que nuestra subjetividad se cuele donde no la llaman a la hora de acercarnos a una obra audiovisual.
Premisa: el realismo; problema: lo bello es difícil
Vamos a partir de la siguiente premisa: las cosas son lo que son, independientemente de nuestro pensamiento. Otra cuestión es cómo nosotros carguemos de sentido una realidad, pero esa cuestión es otra. El mero pensamiento (humano) no conforma la realidad de las cosas. Una jirafa no es distinta porque yo la piense de una forma u otra.
El cine también es lo que es, con independencia de lo que nosotros pensemos de él. Lo que ocurre es que el cine es un lenguaje artístico. Basamos esta afirmación en una realidad: el cine nos descubre una nueva categoría estética, lo que Tarkovsky llamaba “esculpir en el tiempo”. La complicación del arte, y por tanto del cine, es que todavía no nos hemos puesto de acuerdo en qué es el arte ni en qué es lo bello (una definición clásica de arte sería la de “búsqueda de la belleza” y, por consiguiente, la estética sería algo así como es estudio filosófico de la belleza). Quizá sea este desacuerdo generalizado el que ha propiciado un ambiente deliberadamente subjetivo en cuanto a nuestra forma de referirnos al arte y, por supuesto, al cine.
Un vídeo propagandístico no es una película
Por mucho que algunas concepciones modernas y posmodernas se empeñen en que el arte puede ser cualquier cosa, lo que vemos en la Historia del Arte —y lo que nos dice el sentido común— es bien distinto. Para decir que algo es una obra de arte, ese algo debe ser, ante todo, un relato, por muy breve, fugaz o absurdo que parezca. Y un relato, con todas las letras, consta de argumento (lo que pasa) y tema (lo que trasciende a lo que pasa). En este caso es especialmente pedagógica la forma en la que Shakespeare titulaba sus obras, por ejemplo, Romeo y Julieta, o el amor. La primera parte del título se refiere al argumento, la segunda se refiere al tema.
Cuando tema y argumento son la misma cosa, no se distinguen, no podemos hablar de película. Hablamos de vídeo propagandístico. Es posible que el vídeo propagandístico esté sazonado con algo de argumento, pero, aunque la mona se vista de seda, ya se sabe. Lo cual no significa que el vídeo propagandístico sea algo malo. En absoluto. Los hay muy buenos. Pero, por aquello de que los cristianos buscan la verdad, sería conveniente que se refirieran a las realidades por su verdadero nombre. Es más, sería conveniente que, si un cristiano quiere hacer una película, el resultado final no sea otra cosa que una película; si no, ocurriría como con aquel que pretendía construir ermitas de corte gótico, pero siempre le salían garajes de corte hortera. Y, aun así, estaba empeñado en que cada garaje tuviera su capellán y que sus “obras” fueran incluidas en los catálogos pertinentes sobre nuevas ermitas góticas. Un disparate.
Personalmente cada vez que escucho cosas como “Se ha estrenado una nueva película que trata el tema del aborto y la defensa de la vida” o “Ha salido una nueva película que trata temas sobre matrimonio y moral sexual”, sinceramente, me echo a temblar. Me echo a temblar porque, por lo general, suele tratarse de otro vídeo propagandístico con apariencia de película (la mona que se viste de seda), que, en virtud de su fin (transmitir la verdad sobre la vida humana) justifica unos medios que son contraproducentes con el fin —que es muy buen fin, puede que el mejor—. Algo esquizofrénico, ¿no?
Es lo que ocurre cuando prima la búsqueda de la Verdad por encima de la búsqueda de la Belleza. Esto último es lo propio del arte (la búsqueda de la Belleza). ¿Es preferible buscar la Belleza antes que la Verdad? En el arte sí, pues la Belleza, por sobreabundancia, conduce a la Verdad. En este sentido, es acusada la falta de confianza en la Belleza. Pareciera que en las “películas” hay que meter con calzador secuencias y diálogos que le aseguren al ideólogo de turno que quien ve su película, se va a su casa con el mensaje bien clarito. Pero ese no es el objetivo de una película, ni de un cuadro, ni de una sinfonía. Lo que importa no es la lista de mensajes ideológicos, teóricos, o doctrinales. Lo que importa es que aquella obra te haya golpeado. Después ya vendrán las deducciones, los análisis, las conclusiones y lo que sea necesario. Pero si no golpea, no golpea. Hay que confiar en la Belleza.
Un ejemplo de verdadera película que trata la cuestión del aborto sin faltar a la inteligencia del espectador (no dogmatiza, no demoniza, no es monjil, no es explícita) y con una cierta calidad cinematográfica es Juno (Jason Reitman, 2007). Otro ejemplo de verdadera película, en esta ocasión, que trata la cuestión de la sexualidad, es Shame (Steve McQueen, 2011).
Una dramatización no es una película
Cuando Picasso pintó el Guernica, ¿pretendía transmitir los hechos tal y cómo se contaron en la prensa o en los libros de Historia? ¿O, más bien, buscaba cómo, a través del lenguaje pictórico, se podría contemplar el bombardeo de Guernica de una forma nueva? Si hubiera querido transmitir los hechos tal cual fueron, siendo fiel hasta el extremo a la “fisicidad” de lo ocurrido, quizá hubiera preferido hacer un álbum de fotografías acompañadas de ilustrativos pie de páginas, ¿no? Pero lo que busca la obra de arte no es la reproducción exacta de la realidad física. ¿Qué puede aportar el lenguaje musical a los pasajes evangélicos de San Mateo correspondientes a la pasión de Cristo? ¿Cómo, a través de la música, extraemos del relato evangélico algo que está ahí, pero que permanece escondido? La obra de J. S. Bach, La Pasión según San Mateo, es la respuesta a estos interrogantes.
También podríamos preguntarnos, ¿qué hay de cinematográfico en la vida de San Josemaría Escrivá, qué eso que tan sólo el cine puede mostrar? O, ¿qué hay de cinematográfico en la persecución religiosa en México, aquello que solo el cine puede plasmar artísticamente? O ¿qué tiene la vida de Juan XXIII, que sería mostrada a través del cine como ningún otro lenguaje podría hacerlo? Aunque ha habido intentos, lamentablemente, a día de hoy, todavía no podemos dar una respuesta cinematográfica de calidad a estos interrogantes y otros muchos semejantes.
Querido lector, lo que el cine puede aportar a la vida de los santos no son los efectos especiales. Tampoco la sensación de estar viendo al santo en cuestión tal y como era. Desde un punto de vista estético, las recreaciones que se hacen en los programas televisivos Cuarto Milenio o 1000 maneras de morir, tan solo se diferencian de las “películas” de vidas de santos en su duración. En el resto, en general, son iguales. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué hace siglos llamaban a los mejores artistas (Miguel Ángel, Caravaggio, Rembrandt) para plasmar los temas de la fe y hoy… hoy… tenemos que estar leyendo este artículo?
En La pasión de Cristo (Mel Gibson, 2004) hay una secuencia en la que María se acerca a Cristo cuando este cae con la cruz. Durante el recorrido hasta su hijo caído, el espectador contempla una serie de flashbacks de la infancia de Jesús, cuando caía al suelo jugando en la calle. Al llegar María a su hijo, entre los soldados y la turba, él dice: “¿Ves, madre? Yo hago nuevas todas las cosas”. En ese momento se levanta, abraza la cruz y a todos se nos ponen los pelos de punta mientras se nos saltan las lágrimas. Acabamos de ver algo que nos ha dejado marcados para siempre. Aquello que muestra la película no podemos encontrarlo literalmente en el Evangelio. No obstante, ¿quién se atreve a decir que es mentira? Una cosa es que no haya ocurrido (que sepamos), y otra bien distinta es que ese relato sea falso. Esos minutos valen por toda la película.
Algo sobre la actitud subjetiva del espectador
Como hemos dicho, una película es lo que es con independencia de lo que pensemos de ella. Una película puede ser buena o mala (esta clasificación es bastante discutible, pero, para no alargarnos, vamos a pasarlo por alto) independientemente de que a mí me guste o no. Una película, ¿es bella porque me gusta o me gusta porque es bella? El gusto debe formarse y hemos de ser sinceros con nosotros mismos. A veces me han preguntado “¿Tal película es buena?” y he respondido “No, es bastante mala. El argumento y los diálogos son una…”, “Es decir: que no te gustó”, me responden, a lo que contesto: “Me preguntaste si era una buena película, no si me gustó”. En ese momento pueden ocurrir dos cosas: o mi interlocutor sufre una especie de cortocircuito; o sonríe, asiente con la cabeza y reaviva mis esperanzas en la humanidad. En cualquier caso, que uno suponga que su criterio estético y su gusto están tan exquisitamente formados que lo que le gusta se corresponde con lo bueno y viceversa, en fin, es mucho suponer.
Otra idea muy recurrente y muy falsa es la siguiente: “Para mí una buena película es aquella que me hace pensar”. La afirmación es propia de un subjetivista de tomo y lomo, aunque vaya por la vida de tipo profundo y con inquietudes. Para mí y me hace pensar. Supone el abandono total del criterio común de verdad y la sobrevaloración de las preferencias personales. Una cosa es compartir en público un gusto propio y otra cosa es otra cosa. ¡Ahora resulta que las películas buenas son aquellas que nos hacen pensar! Quien esto dice, además —aunque de forma no pretendida— destila grandes cantidades de soberbia. ¿O no es soberbio afirmar que las películas buenas son aquellas que te hacen pensar a ti en este momento concreto de tu vida?
Ojalá podamos seguir desarrollando algunas cuestiones que se nos han quedado por el camino, o, tan solo, han sido apuntadas. En cualquier caso, es bueno saber que en las salas de cine se proyectan muchas cosas, incluso, películas.
Arturo Encinas Cantalapiedra
Licenciado en Comunicación, Máster en Cinematografía