«En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: “ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño, impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sano”» (Mc 16,15-18)
El evangelio de hoy forma parte del apéndice del Evangelio de Marcos que presenta varias apariciones de Jesús resucitado antes de subir a los cielos y donde les da una serie de exhortaciones y palabras de ánimo a modo de despedida.
Entre ellas Jesús les confiere quizás la misión más importante del cristiano y de la Iglesia: anunciar El evangelio a toda criatura: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación..”. A los que crean y son bautizados, Jesús promete las siguientes señales: expulsarán demonios, hablarán nuevas lenguas, agarrarán serpientes y el veneno no les hará daño, impondrán las manos sobre los enfermos y estos quedarán sanos.
Es esencialmente lo mismo que Jesús manda decir a Juan en la cárcel para manifestar que el reino de Dios, Dios mismo, la buena noticia del Evangelio está ya presente en el mundo con su presencia: “Los ciegos ven, y los cojos andan; los leprosos son limpiados, y los sordos oyen; los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio” (Mt 11,5-15). Son las señales de la nueva era, los prodigios de una sociedad renacida del pecado y resucitada de la muerte, tal y como había profetizado el profeta Isaías: “El lobo y el cordero pacerán juntos, y el león, como el buey, comerá paja, y para la serpiente el polvo será su alimento. No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte” (Is 65,25). Es decir, que las profecías se cumplen. La Palabra de Dios se hace realidad para testificar y apoyar la verdad de su mensaje:
-Expulsar demonios es luchar en contra del poder del mal que mata la vida.
-Hablar lenguas nuevas es comenzar a comunicarse con los demás de forma nueva: un nuevo Pentecostés, la destrucción de Babel —símbolo de la desunión.
-Vencer el veneno. Hay muchas cosas que envenenan al hombre o mejor una sola: el pecado —orgullo, envidias, lujuria, prepotencia, etc.
-Curar a los enfermos no solo de cuerpo sino también de alma, mediante la caridad, el acogimiento, la ayuda mutua, la palabra que salva y que sana.
Jesús nos llama a predicar el evangelio como a los apóstoles, y como un día llamó a San Pablo, cuya conversión precisamente celebramos hoy. San Pablo persiguió a la Iglesia y quiso borrar el nombre de Jesús, pero el Señor resucitado le convierte de perseguidor en mensajero apasionado del Evangelio y enciende en su alma un ardor de caridad que le obliga a transmitir a los demás la verdad que ha encontrado.
Asimismo el Papa Francisco no cesa de animarnos cada día para testimoniar públicamente la fe en Jesucristo en todo momento y en todo lugar. En la reciente exhortación Evangelii Gaudium, dice: “El bien siempre tiende a comunicarse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí misma su expansión. Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla”. Y añade: “Todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo”.
Esta es por tanto la primera y principal tarea del cristiano: comunicar y transmitir la buena noticia del Evangelio, el anuncio del Kerigma. Es la última recomendación del Señor antes de subir a los cielos: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”.
Valentín de Prado