MISTERIOS LUMINOSOS
Rezar el Rosario es contemplar el rostro de Cristo teniendo en los labios y en el corazón la alabanza de María, su Madre. Tradicionalmente, el Rosario estaba dedicado a los misterios “gozosos”, “dolorosos” y “gloriosos”, sin embargo, en el año 2002 el Papa Juan Pablo II incorpora una nueva serie: los “luminosos”, los cuales permiten contemplar los pasajes de la vida pública de Cristo, desde el Bautismo a la Pasión. Toda la vida de Jesús es luminosa, porque Él es “la luz del mundo” (Jn 9,5), la Luz que nos visita de lo Alto (cf Lc 1,78), la Luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (cf Jn 1,9). Iniciamos con este primero una serie de pequeños comentarios relacionados con estos misterios. Son muy sencillos, pero para mí tienen el encanto de haber acontecido en la habitación del hospital de mi hermano Paco, junto a su cama. Dios está haciendo cosas grandes; son muchos los enfermos que se acercan. La cruz me está abriendo a un mundo riquísimo.
Si Cristo Jesús es el Hijo de Dios, esto es, Dios mismo, no tenía necesidad alguna de ser bautizado. Es evidente, si el Bautismo es el renacimiento a una vida nueva tras el pecado, Cristo no debía ser bautizado al no conocer el pecado. Así lo manifiesta el Bautista cuando lo reconoce al llegar al Jordán: “Señor, soy yo el que necesita ser bautizado”, esto es: Señor, el pecador soy yo… En otro pasaje evangélico sucede algo parecido entre Cristo y San Pedro, cuando el Señor se dispone a lavar los pies a los discípulos en la última cena, y al llegar a Pedro, este le dirá: “Señor, ¿Tú lavarme a mi los pies?”. La respuesta de Jesús en ambos casos es muy similar invitando a realizarlo como Él solicita. Se trata de realizar un ritual, el de la limpieza, del alma en el primer caso y del cuerpo en el segundo; en definitiva, la limpieza de la persona en su integridad que es cuerpo y es espíritu, su purificación. Él no lo necesitaba, pero nosotros sí, y lo hace porque en Él, nosotros mismos estábamos realizando sin saberlo el retorno al Paraíso del que salimos, más aún, a la casa del Padre, a la que estábamos destinados por puro amor, no en vano a su imagen fuimos hechos.
Así comienzan los misterios luminosos del rosario. Son luminosos porque relatan los acontecimientos que pusieron la luz en medio de nuestra oscuridad. En ella vivíamos sin saber siquiera que estábamos sucios, como un esclavo que nació sin referencia alguna a la libertad y que al desconocerla no puede aspirar a ella. En ese estado, se pierden todas las referencias que nos permitan siquiera conocernos, se pierde la conciencia de pecado, porque sin luz todo es oscuridad. Sin un mínimo discernimiento no se es libre, se actúa mecánicamente, al dictado de los sentidos y del mimetismo respecto a lo que impera. Pues bien, así entra la luz, iluminando lo que está oscuro, permitiéndonos reconocer la realidad de nuestra situación para desear salir de ella y cambiar de vida, cambiar de naturaleza para ser otros, eso realiza en nosotros el Bautismo.
Jordán significa descendimiento, y eso es precisamente lo que realiza Jesucristo con este gesto, descender a la ínfima condición, la de un pecador, para indicarnos el camino: “Siendo Dios, no retuvo ávidamente su dignidad, sino que se hizo hombre, y hecho hombre, se humilló a Sí mismo, tomando la condición de siervo y obedeciendo hasta la muerte”. Jesucristo se pone al frente de “un pueblo que caminaba en las tinieblas”; y, haciéndose Él también pecado, entra el primero en el Jordán a bautizarse porque no sabíamos ni podíamos hacerlo solos…Y como en el principio, como en la creación, “vio Dios que era bueno”; y cuando Dios vio a su Hijo, al hombre nuevo, saliendo de las aguas, se conmovió interiormente, al ver que todo volvía a hacerse nuevo y su Espíritu aleteó de nuevo sobre las aguas en forma de paloma.
Si el nacimiento del Señor fue seguido de dos preciosas teofanías, manifestándose primero a su pueblo en la figura de los pastores y después al resto de los hombres en la figura de los magos, en el Jordán se produce una tercera teofanía, la más impresionante, su manifestación ante todo el Cosmos, ante el Universo entero, y los cielos también respondieron (antes lo habían hecho los pastores y los magos) abriéndose, para dejar bajar la voz de quien en los cielos habita y es dueño del cosmos, del universo entero: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”.
Enrique Solana