Yo esto de la purificación, la verdad es que no lo entiendo ¡Eran más antiguos…! Llevada la frase: “Cuando se cumplieron los días de la purificación” a nuestros tiempos, debe ser: “Después de que María estuviera bien y el Niño también…”, pues corriendo al templo a presentárselo a Dios (por primogénito). ¡Ahora me entero mejor!
Simeón, que no quería morirse sin ver al Niño… Pues así fue que guiado por el Espíritu Santo, aquel día le vio. Al pobre hombre casi se le para el corazón de la alegría ¡Ya podía morir tranquilo!, pues había pedido a Dios no morir sin ver antes al mesías. Lo mismo le sucedió a la profetisa Ana, que era viejita y esperaba igualmente durante años ver a ese Santo recién nacido. Ella sabía que aquel Niño era el libertador de Israel. ¿Os habéis preguntado por qué lo sabían? Pues porque ahí estaba Dios, si no ¿de qué?
Todo aquel meneo de “encuentros” no fue casual sino providencial; eran alertados por el Santo Espíritu. Aunque solo pensáramos en estas cosas, ¡qué fácil sería creer en todo lo demás!
No son invenciones de nadie; María se lo contó a Lucas y Lucas lo escribió. Es lo mismo que cuando escribieron la historia del Cid Campeador, nadie de nosotros le conoció y, sin embargo, damos fe de lo que hemos leído sobre sus andanzas es cierto.
Dijo Simeón: “Mis ojos han visto al Salvador… Unos caerán y otros se levantarán… Y a ti, una espada te atravesará el corazón”. María y José quedaron mirándose uno al otro sorprendidos, pero sin comprender demasiado… Aquello de “la espada”, supongo que María no lo analizó. No era el momento de sufrir; la alegría de ser Madre de Jesús, Hijo de Dios y verle la carita… Ya era feliz, muy feliz, dijera lo que dijera Simeón.
¡Y “pa” casita rapidito que hacía bastante mal tiempo! Pero delante del fuego del hogar, ellos pensarían… ¿El salvador? ¿El libertador de Israel?
– María: “Yo no sé qué quiso decir Simeón…”
– José: “¡Pues anda que yo!”