Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles.
Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían.
De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan.» Él les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido.» Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios (San Marcos 1, 29-39).
COMENTARIO
Como dice Job, la vida es una misión y un servicio. Somos introducidos a la existencia y se nos concede un principio, un cuerpo y un tiempo para alcanzar una meta recorriendo un camino. Pero como la meta es el Amor, el camino no consiste en cubrir una distancia, sino en un progresar en el “conocimiento” de Dios a través de la entrega al prójimo, porque nuestro camino no lo realizamos en soledad sino en racimo. Saliendo del ámbito de nuestro yo, de la posesión, y encontrando a los demás que nos entornan mediante nuestra entrega, vamos progresando en nuestra ascensión amorosa, hasta alcanzar al Yo, señor del universo que se nos ha manifestado en Cristo.
En Cristo se da el recorrido inverso al nuestro. Él ha “salido” en misión desde el centro de la dimensión divina, para alcanzar nuestra extraviada realidad, que deambula en el espacio y el tiempo, muerta a consecuencia del pecado. Cristo, ha recibido también un cuerpo y ha sido injertado en un principio como el nuestro para que, a través del Evangelio consiga unificarnos en el amor.
Él se ha acercado a los postrados en su lecho impedidos por la fiebre de sí mismos y les ha tomado de la mano, levantándolos para el servicio de la comunidad. Sus manos clavadas, han dado vida a las nuestras consumidas por la fiebre del mal. Hemos sido levantados para permanecer en pie y testificar la Verdad que se nos ha manifestado. La fe y la esperanza de la hemorroisa tocaron a Cristo para alcanzar la curación, y hoy la caridad de Cristo toma la mano de la enferma para restablecerla. Él, que iba a tomar sobre sí nuestras enfermedades y dolencias, no dudó en curar a los que estaban sometidos al dominio del mal.