Atrévete, entra en el portal, en lo más íntimo de ti. Dicen que el ser humano busca, desde que nace, la cueva del engendramiento. Ahí en las entrañas presta el oído del alma, y escucha la voz limpia que te dicta tu propia identidad.
Deja que nazca en ti la ternura, la bondad, la paz, no importa que se te arrasen los ojos de emoción. Dicen que la mirada emocionada es la más limpia y brillante, y los ojos más bonitos los que acaban de llorar.
Gusta el rayo de luz que te anticipa la mayor noticia, envuelta en cánticos indescriptibles, pero que se alcanza a distinguir a modo de estribillo: “Tú eres hijo de Dios, Él te quiere”.
Quien te hizo tomó por modelo al Primogénito, el Hijo de María, la Nazarena, nacido en Belén, el mismo Hijo de Dios.
No te engaño, ni uso palabras artificiales. Lo que te digo lo puedes comprobar en lo más profundo de ti mismo, ahí donde se te conmueven las entrañas, y sin saber por qué, muchas veces sientes compasión con los que sufren, generosidad para con los más necesitados, hasta dolor por los que están tristes y padecen desgracias, y miras al cielo en momentos límite.
Sí, tú puedes comprobar cómo nace en ti el sentimiento más noble. No te avergüence reconocer cómo se quiebra tu endurecimiento y te inunda la admiración, hasta el embeleso, como si fueras un niño, ante los acontecimientos que se despiertan en tu corazón, a veces de forma inesperada.
Te invito esta Navidad a sintonizar con el cielo, cabe que llegues a escuchar la voz invisible que saluda con la paz a los que Dios ama, a ti, y a los tuyos, y todos los que tú también amas.
Te deseo que percibas la vibración íntima que ensancha y dilata el espacio interior, y lo inunda de luz, al tiempo que lo abraza de amor.