Después de esto, designó el Señor a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir. Y les dijo:
La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el camino. En la casa que entréis, decid primero: “Paz a esta casa.” Y si hubiera allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se volverá a vosotros. Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayáis de casa en casa. En la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad los enfermos que haya en ella, y decidles: El Reino de Dios está cerca de vosotros.
Paralelos: Mt 10,9-15; Mc 6, 7-12
Buena noticia es esta que nos trae el Evangelio de hoy, ser portadores de la paz, al entrar en la casa del que os reciba decid primero: “Paz a esta casa”.
Este regalo se nos da de manera cierta y nos posibilita y facilita tener una relación nueva con nuestro prójimo y entorno. Es una novedad para todas las personas que componemos la Iglesia, pues ser portadores de la paz es empezar a vivir de una manera nueva nuestra relación con los demás, pasar de ser violentos a construir una sociedad en la que impere la paz, no porque nosotros seamos pacíficos sino porque Dios es pacífico y nos regala este don.
Sabemos que el diccionario de la Real Academia Española, (RAE) define como pacífica a la persona tranquila, sosegada y remata definiendo: persona que no provoca luchas o discordias. También sabemos por la experiencia que personas buenas y pacíficas las hay, pero también por la experiencia sabemos que lo que abunda en nuestras relaciones con los demás son las injusticias y las violencias del tipo que sean. Dicho de otra manera, lo que abunda entre nosotros son los antónimos de pacífico: somos inquietos, iracundos, pendencieros, agresivos, airados, turbulentos, sediciosos, violentos…
Al meditar el Evangelio de hoy vemos que a los creyentes se nos abren multitud de puertas: Misión, corresponsabilidad, hospitalidad, compartir, comunión, acogida a todos, llegada del Reino.
La Misión: enviados para llevar la paz y darla no en nuestro nombre sino en el nombre del que nos envía. Jesús.
La corresponsabilidad: estamos llamados a rezad e interceder por todos los hombres para pedir al Señor que vaya delante de nosotros abriendo las puertas.
La hospitalidad: en los dos sentidos, no llevando otra cosa que la paz, y confiando en la hospitalidad y acogida, recibiendo y reconociendo aquello que se nos da.
Compartir: podemos compartir con naturalidad nuestra vida, participando en los trabajos, sufrimientos y risas, con todas las personas que nos rodean, sin acumular riquezas. El obrero merece su sustento.
La comunión: no podemos comer solo nuestra propia comida, pues nada hay impuro que pueda hacer daño al hombre, por tanto el Señor nos invita a comer lo que se nos da, sin tener miedo a perder la pureza legal.
La acogida: curar enfermos, sin excluir a nadie.
Si estas premisas se cumplen podemos decir sin miedo a equivocarnos que el Reino de Dios acampa entre nosotros.