Señor, has sido bueno con tu tierra,
has restaurado la suerte de Jacob,
has perdonado la culpa de tu pueblo,
has sepultado todos sus pecados,
has reprimido tu cólera,
has frenado el incendio de tu ira.
Restáuranos, Dios salvador nuestro;
cesa en tu rencor contra nosotros.
¿ Vas a estar siempre enojado,
o a prolongar tu ira de edad en edad?
¿ No vas a devolvernos la vida,
para que tu pueblo se alegre contigo ?
Muéstranos, Señor, tu misericordia
y danos tu salvación.
Voy a escuchar lo que dice el Señor:
“Dios anuncia la paz
a su pueblo y a sus amigos
y a los que se convierten de corazón”
La salvación está ya cerca de sus fieles,
y la gloria habitará en nuestra tierra;
la misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;
La fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo;
el Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.
Como en otras ocasiones, su reiterada lectura me ha invitado a mirarlo desde dentro, a descubrirlo vivo dentro de mí. He preferido rezar con él que disertar; para lo que, por otra parte, no me considero con atribuciones ni conocimientos.
Me siento, Señor, el destinatario de este salmo, y no porque me crea especial o superior a nadie, todo lo contrario, ojalá todo el mundo supiera que este y todos los salmos están concebidos y escritos para él, desde el momento en que Cristo Jesús los encarnó y cumplió pensando en nosotros; y que tu palabra entera puede escucharse en singular, porque nos amas, y tu amor no ama en masa, lo hace siempre en primera persona.
Hasta que no he comenzado a reconocer una completa incapacidad para mirar lo que está fuera de mi sin tu ayuda, no he sabido realmente de tu existencia, oía hablar de Ti pero no te conocía, e incluso yo mismo he hablado de Ti pero solo de oídas. Cansado de filtrar lo bueno o malo de la vida desde mi esquina particular, y no sin el trago reiterado de enormes y prolongados desasosiegos, he ido cediendo a la posibilidad de tu existencia, y voy acallando este desdichado monólogo que naciendo y muriendo en mí, me encierra en esta cárcel sin cadenas aparentes.
has abierto mis cerrojos
Hoy declaro que solo hay una existencia, la Tuya, y que yo solamente me siento vivo si lo hago en Ti, solo entonces siento abrirse los cerrojos que me aíslan de la vida, y puedo oír las voces de los otros, percibir su existencia con asombro y con interés, liberado de antaños desprecios, y la vida se me simplifica admirablemente y se me ilumina.
Pues eso, Señor, que no siendo nadie, hoy me siento la tierra de este salmo, y el mismo Jacob que en él se cita, y hasta el mismo pueblo, porque hoy puedo proclamar convencido que Tú has sido bueno conmigo, que has restaurado mi suerte, que has perdonado mi culpa, que has sepultado mis pecados, que has reprimido tu cólera sin tocarme y que has frenado el incendio de tu ira lejos de mi. Más real es hoy esta experiencia que la que me dictan mis sentidos, sometidos como están a distorsionar la realidad en un momento de baja autoestima o de falsa euforia por la presencia de estímulos pasajeros.
Y si me atrevo a pedir que me restaures, es porque constato la existencia de un mal para el que no encuentro cura, una enfermedad que no cede por si sola, cuya sanación solo Tú puedes llevar a cabo, y porque lo has comenzado a hacer ya. Y si pido que detengas tu rencor es porque conozco el final de la historia – has hecho Señor la opción más insólita de la historia: nuestra vida por la de tu hijo; y tu hijo Jesucristo ha aceptado esa voluntad tuya, ha cargado con el castigo de todas nuestras culpas siendo Él inocente – y he experimentado la ternura de tu semblante mirando su rostro maltratado por mí, por esa razón la petición se torna en que no dejes de mostrarme la misericordia, la que procede de tu salvación.
Dichosos los pasos del mensajero que trae la paz, que me anuncia tu inquebrantable decisión de unir nuestros destinos, de hacerte uno conmigo, sellando con tu sangre este pacto.
Desde entonces, tu misericordia solo depende de tu fidelidad y no de mis esfuerzos – yo solo aporto convertirme de corazón, mirar y creer – y si la misericordia se encuentra con la fidelidad es porque Tu estás ya tanto en el cielo como en la tierra, porque sin dejar de ser Dios te has hecho hombre, te has hecho como yo, y mi carne puede reconocerte y por ello descansar serena.
Desde entonces, no eres solo un anhelo del corazón sino que puedo hablar contigo y de Ti como de aquel que ven mis ojos y tocan mis manos, como aquel con quien de verdad soy. La salvación se acerca, nos toca; la gloria de tu presencia, Dios mío, habita en mi tierra.
Desde entonces, la justicia se ha tornado en misericordia, porque la sentencia, para quienes no teníamos argumentos capaces de justificarnos, ha sido la absolución. Por esa razón, porque la justicia ha mostrado su nuevo rostro en la misericordia, ha surgido como brote, una paz para mí desconocida.
la paz se asoma desde el cielo
Señor, me has hecho experimentar la reconciliación con mi propia existencia. Jamás pensé que ningún hombre pudiera cambiar realmente, pero hoy todo es sencillísimo, elemental. Sin dejar de ser yo mismo, más aún, con más conocimiento de mis debilidades y del riesgo de retorno a mi antigua condición – dicen que “la cabra tira al monte” – veo con ojos nuevos y puedo esperar en Ti cuando las cosas me desasosiegan, puedo sentirme libre incluso de mis sentimientos que tantas veces me traicionan y escoger la espera de tu presencia, que habitando dentro de mi, acaba dando sentido a la historia y que nunca se retrasa si opto por Ti. ,
Esta es la paz que reservas a los que se convierten de corazón, de manera que, así lo veo hoy, solo hay dos tipos de hombres, los que han conocido este amor – tu misericordia – y los que aún no lo han conocido y por lo tanto aún no han despertado; lo demás son rasgos imperceptibles. Una vez el hombre despierta al conocimiento de tu amor, surge el verdadero hombre que lleva dentro, la auténtica imagen de su identidad que estaba velada, Cristo Jesús, la nueva creación, por cuya manifestación la humanidad sufre con gemidos inefables.
Hoy no quiero renunciar a nada de lo que constituye mi personalidad, porque así me creaste y no me habrías hecho así si algo de lo que me diste me hiciera realmente mal, y porque me has amado tal como soy. En esta tierra mía, que soy yo mismo, habita tu gloria, así lo has querido y no seré yo te quien enmiende la plana. Dejo de luchar contra Ti, depongo las armas, me acepto como soy.
Solo espero que la lluvia que recibo de ti, Señor – tanta palabra – produzca fruto y que no parta de este mundo sin experimentar el gran tesoro que añoro y pido sin exigencia (no soy merecedor) día y noche: amar al otro sin esperar nada a cambio, de aceptarle como es, incluso cuando me hace mal, tal como me siento amado por Ti.
No permitas Señor mi partida sin ese don, pues esa es la verdadera tierra, la verdadera descendencia que nos prometiste en Abraham, el padre de la fe; sin ese amor nada soy, nada tengo, me iría con las manos vacías. Sin ese amor, Señor, nada, bronce que suena. Sin ese amor, címbalo que retiñe. Nada.