«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Cuidado con los falsos profetas; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. A ver, ¿acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis». (Mt 7,15-20)
Estamos al final del Sermón de la montaña, donde aparecen recopiladas una serie de enseñanzas de Jesús; casi una síntesis de todo lo que fue su predicación durante tres años. El Sermón de la montaña constituye la quintaesencia del Evangelio y por eso, puede decirse que quien vive según este mensaje dará “buen fruto” .
Este es, por tanto, el mejor criterio —quizás el único— para reconocer a los verdaderos discípulos de Jesús y distinguir los verdaderos o falsos profetas de los que nos habla el evangelio de hoy. Para Jesús está claro: las obras, los hechos, la vida es el mejor canon de verificación y discernimiento.… No basta solo con saber lo que dicen, sino mirar cómo viven, como actúan, cuáles son sus obras, porque “ de lo que rebosa el corazón habla la boca “ (Mt 12,34 ) y también hablan las obras., los hechos , los frutos. Por eso dice Jesús que al árbol se lo conoce por sus frutos, y también en el evangelio de Juan añade esta afirmación : “Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. (Jn 15,2).
Quien tiene el Evangelio en su corazón actuará conforme a lo que dice el Evangelio… En cambio, quien actúe, juzgue desde criterios distintos no es un discípulo de Jesús y, por tanto, no merece ser escuchado y, menos aún creído… ¿De qué me sirve decir que hay que perdonar si a la hora de la verdad guardo rencor en mi corazón? Si con mi vida y mis palabras no manifiesto que Dios, y solo Dios, es mi Padre, que solo Él es el único Señor.
En el tiempo de Jesús había también profetas que anunciaban mensajes diferentes a los que Él predicaba. Y había movimientos tanto religiosos como políticos muy distintos y muy lejos del ideal evangélico. Digamos que más o menos como hoy día. Siempre ha sido así. La hierba mala y las espinas siempre han crecido a la vez que el trigo bueno. Dios, ya se sabe, manda la lluvia sobre justos e injustos. Así que ese no es el principal problema; sino en dejarse arrastrar por ellos, en creer y seguir a estos falsos profetas, ideas, modas etc. El peligro es dejarse ahogar y asfixiar por esas doctrinas que matan el espíritu.
En el mundo actual, en el que parece haberse impuesto el relativismo ético y moral, nos resulta a veces difícil reconocer lo verdadero de lo falso, el mal del bien. Existen miles de teorías engañosas… La mentira pretende imponerse como verdad y nos crean un mundo al revés; donde lo bueno, lo justo, lo verdadero se sustituye tantas veces por todo lo contrario: la injusticia, la mentira y el mal. Pero la verdad sí importa y el error sí existe. Estos nuevos profetas de hoy son los peores enemigos del hombre. Son peores que los ladrones y asesinos, porque no roban dinero ni bienes sino almas y vidas.
La advertencia de Jesús es muy fuerte: «Cuidado con los falsos profetas: ellos viene vestidos con pieles de oveja, pero dentro son lobos feroces”. Jesús usa esta misma imagen cuando envía a los discípulos en misión: “Os mando como cordero en medio de lobos” (Mt 10,16)
Ante esto, ¿qué podemos hacer? El mismo Jesús nos da la respuesta: “Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí.”( Jn 15,5 )
Hace pocos días celebrábamos la fiesta de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo. Vivir unidos al Espíritu Santo, que es como decir unidos a la Iglesia, permanecer unidos a Pedro, al Evangelio es la única garantía de verdad que tenemos los cristianos. El Espíritu Santo, y también la Iglesia por encontrarse en ella, son los guías y artífices de la santidad; son los que nos fortalecen en nuestra debilidad y nos confirman en la Verdad, que solo es y solo está en la buena nueva del Evangelio.
Valentín de Prado