En aquel tiempo, subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad. Le presentaron un paralítico, acostado en una camilla. Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: «¡Ánimo, hijo!, tus pecados están perdonados.»
Algunos de los escribas se dijeron: «Éste blasfema.»
Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo: «¿Por qué pensáis mal? ¿Qué es más fácil decir: «Tus pecados están perdonados», o decir: «Levántate y anda»? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados.»
Dijo, dirigiéndose al paralítico: «Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa.»» Se puso en pie, y se fue a su casa. Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad (San Mateo 9, 1-8).
COMENTARIO
“Ponte en pie”, le dice Jesús al paralítico, dirigiéndose a él. Parece que quisiera decirle, levántate de donde estás postrado, camina, sígueme.
En todo el Evangelio aparecen estas referencias sobre caminar detrás del Señor, siguiéndole, frente a la inmovilidad de quien está atado, quien no tiene capacidad para hacerlo, como es el caso de este hombre.
La vida de los discípulos del Señor es un caminar constante “corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”, nos dice San Pablo en Hebreos 12:1-2.
Jesús nos propone un camino que nos lleva al amor y la libertad total pero no es un camino exento de dificultad. Nuestra vida suele estar “atada” a múltiples cosas que impiden que nos levantemos y echemos a andar. Por eso en el Evangelio de hoy, a las palabras de Jesús “Ponte en pie”, le siguen inmediatamente, “coge tu camilla”. Y nos podemos preguntar cuál es la razón, incluso la lógica de curar a una persona postrada e, inmediatamente después, pedirle que coja su camilla y camine.
Quizás, en este Evangelio, Jesús quiso darnos una catequesis sobre el significado de esa camilla y la importancia de tomarla bajo el brazo.
Quizás, la camilla es la que nos ata y no nos permite caminar: representa nuestras ataduras, los bienes materiales, nuestros anhelos, personas que nos apartan de Dios. Y Jesús sabe que , primero nos tiene que curar con su Palabra, como hizo con él e, inmediatamente después, debemos ser conscientes de qué es lo que nos sujetaba y no nos permitía andar tras sus pasos para ponerlo bajo nuestro brazo, bajo nuestro dominio, siendo conscientes de que los bienes que nos rodean no son malos, han sido creados por Dios, pero deben estar bajo nuestro dominio y no al contrario. Nada que nos separe de Él o que nos retenga para seguirle es bueno y debemos saberlo para dirigir nuestras vidas en la dirección correcta.
La mayor parte de los humanidad está atada a cosas; está postrada, acostada, paralizada. Jesús llega a nuestras vidas con su Palabra para liberarnos, para curarnos, para salvarnos.
Solamente tenemos que tener la sabiduría de pedirle que nos levante de ese lugar a donde nos llevan los falsos caminos que dirigen hacia vidas sin sentido, hacia fuentes de agua estancada.
Decía Jeremías (2, 9-13) hablando en nombre de Dios, “a mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que el agua no retienen”.
Miremos a nuestro interior y observemos aquello que ata nuestros pies y nos impide caminar tras los pies de Jesús, pidámosle que nos libere y emprendamos el único camino por el que merece la pena entregar la vida, tras sus pasos.