En aquel tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros».
Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu.
Y él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo».
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:
«¿Tenéis ahí algo de comer?».
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.
Y les dijo: «Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí».
Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras.
Y les dijo: «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto» (San Lucas 24, 35-48).
COMENTARIO
¿Quién pensaba que la “resurrección” era el final feliz previsible de un guión de película que en los matinés infantiles nos hacía saltar de la butaca a toque de cornetín del “séptimo de caballería”?
¿Acaso no es razonable que pueda surgir la duda de que todo esto es una quimera cuando tras celebrar la Vigilia Pascual te vas a la cama y a las pocas horas te despiertas y no acabas de abrir los ojos cuando el primer impacto que reciben son las imágenes brutales de cientos de hermanos lapidados por los escombros de la barbarie y la intolerancia religiosa. La crueldad del Calvario se repite una y otra vez allí donde no hay otro delito que el proclamar, en minoría y a contracorriente, el rostro de un Dios-Amor que rompe los esquemas y las seguridades que aquellos que quieren imponer otro dios fabricado a su imagen y semejanza, encadenado con férreos dogmas que convierten las páginas de sus “sagradas escrituras” en pesadas piedras, sentencias lapidarias, armas arrojadizas para silenciar la elocuencia del mensaje que, desde hace veinte siglos, a unos traspasa el corazón y a otros hace rasgar las vestiduras; pero que nunca deja indiferente.
Es lo que escuchábamos nada más inaugurar la Semana Santa en el evangelio del Domingo de Ramos: “¡Manda callar a tus discípulos!”. –“Os aseguro que si ellos callan, hablarán las piedras”… Y, ¡vamos que si están hablando las piedras! El martes santo el mundo entero oía el llanto de los muros y las tejas de Notre Dame clamar a la vieja Europa que, por un momento dejase de mirarse al ombligo y fijase su atención en lo que desde siglos atrás ha sido la expresión material del corazón y el espíritu de los valores que vertebraron sus pueblos y gentes y que se está quedando en mero corazón de piedra. ¡Y qué duros de entendimiento seguimos siendo para comprender las Escrituras! Sobre todo las que se siguen escribiendo en la historia de cada día y que nos echan el guante para hacer una lectura creyente de los acontecimientos. Tranquilos, que ya se han dado prisa los “neo mecenas” del capitalismo en poner fecha para que a la mayor brevedad “aquí no pasó nada”. Cinco años, ¿tiempo record?. Ya hubo alguien que mucho antes profetizó: “Destruid este templo y en tres días lo reconstruiré.” Se rieron de él; como también lo rechazan hoy. Mal empezamos. Si nos seguimos admirando y ponderando por la belleza de las piedras y la calidad de los exvotos; en cinco, en diez o en tres años lo que se reconstruya no dejarán de ser piedras destinadas, más tarde o temprano, a quedar reducidas a polvo, pasto de las llamas, del tiempo… o de la barbarie. Las piedras hablan en París, en Sri Lanka, en…
No faltan motivos para el desencanto. Aunque siempre hay testigos como los de Emaús, por cierto, de la misma masa que nosotros: Ayer, en retirada de Jerusalén por un camino cuesta abajo que pesa tanto o más que la cuesta arriba, pero que tras el encuentro con el extraño compañero de camino al que reconocen en la fracción del pan, les salen alas en los pies para subir adonde continúan los Once encerrados en sus dudas y en sus miedos, y a quienes proclaman lo que les había sucedido por el camino. Habían comprendido las Escrituras. Ahora todo encaja: Era, ha sido necesario que ocurrieran tantas cosas en el mundo, en la historia; también en tu historia y en mi historia que nos parecen fantasmagóricas y que han resultado ser acontecimientos tras los cuales hemos podido experimentar la presencia del Resucitado: “Soy yo en persona.”
Porque la Escritura se cumple hoy, de igual modo que cuando se proclamó en la sinagoga de Nazaret: “Esto es lo que dije mientras estaba con vosotros: que todo lo que está escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mi tenía que cumplirse”. Porque hay una humanidad que sigue sumida en el miedo, en la decepción en el sinsentido, como lo estaban los Once.
La Pascua es la irrupción del Dios vivo que traspasa las puertas que aprisionan la cárcel del alma. “Paz a vosotros.” Y los apóstoles, en medio de la persecución, continúan cumpliendo la Escritura. La Iglesia sigue anunciando la Buena Noticia a los pobres, devolviendo la vista a los ciegos, liberando a los oprimidos de tantas ataduras que atenazan a la humanidad sufriente. Cargando con sus heridas. No es el final feliz previsible en el guión de una película. Jesucristo ha resucitado, ha vencido la muerte; pero ni tan siquiera la fuerza de la Resurrección ha podido borrar las llagas de las manos y los pies. La victoria de Cristo no anula el sufrimiento: enseña a leerlo. ¿Vosotros sois testigos de esto?