Muchas personas se cuestionan acerca del sentido de la Navidad, otras se rebelan contra su carácter consumista y algunas incluso afirman deprimirse en esas fechas.
¿Por qué la Navidad? ¿Se trata de una fecha o apunta más a un acontecimiento? ¿Qué tiene que ver conmigo? En la actualidad, es importante que seamos capaces de dar una respuesta a estas preguntas o similares, al acercarnos a esta época del año tan señalada.
En Navidad celebramos el evento central de la historia y el misterio de amor más grande (cf. Juan 3:16-17; 1 Corintios 2:9). Dios se hace hombre, uno como nosotros, en la persona de Jesús (Mateo 1:21-23); es decir, sin dejar de ser Dios, toma nuestra condición humana para levantarnos y enriquecernos (cf. 2 Corintios 8:9). Por eso es que la Navidad es un tiempo de gozo y motivo de manifestaciones de alegría popular.
El nombre viene de natalis (día natal), y así se le llamaba en el siglo II en la Iglesia latina. Hasta el siglo IV, en que el Papa Julio I la fijó uniformemente el 25 de diciembre, la fiesta de Navidad tuvo dos fechas: el 25 de diciembre en Occidente y el 6 de enero en Oriente. Es cierto que esta fecha no pretende ser exacta desde el punto de vista histórico y tampoco encontramos en la Biblia indicaciones concretas; sin embargo, nada de esto podría disminuir la importancia de celebrar el nacimiento de Jesús y lo que esto implica.
No cambia la realidad histórica y trascendental de que el Verbo Eterno se hizo hombre y habitó entre nosotros para salvarnos; lo importante no es la fecha del nacimiento sino el nacimiento en sí mismo. Nadie puede negar que estas fiestas son una oportunidad propicia para compartir el mensaje más relevante para toda la humanidad, con nuestros hijos, familiares, vecinos y compañeros de trabajo.
El hecho de que la Biblia no indique nada en relación con la celebración de la Navidad, no significa que no deba celebrarse; de igual manera, tampoco indica nada acerca de muchas otras cuestiones que consideramos importantes. Por ejemplo, nadie duda del bien que ha hecho la traducción de las Sagradas Escrituras a más de dos mil idiomas, con el objetivo de llegar a más personas con la Palabra de Dios; sin embargo, nada nos dice la propia Biblia acerca de este asunto. No podemos olvidar que la Biblia no es un manual de instrucciones ni contiene todo lo relacionado con Jesús (cf. Juan 21:25).
Se ha dicho que la fecha del 25 de diciembre fue tomada de la fiesta pagana del sol. Según esta teoría, la Iglesia escogió ese día para suplantar esta fiesta pagana, conocida como dies natalis Solis invicti. Es cierto que, según el calendario juliano, utilizado en el imperio romano a partir del año 45 d.C., el 25 de diciembre marca el día del solsticio de invierno. Sin embargo, en ese día no se celebraba ninguna fiesta pagana hasta el año 274 d.C. con el emperador Aurelio; es decir, más de cincuenta años después de que los cristianos celebrasen en ese día la Navidad. El culto al sol tenía poca importancia en Roma antes del año 274 d.C. y no se celebraba el 25 de diciembre sino en agosto, hasta ese año. De manera que parece ser que fue el emperador pagano Aurelio, conocido por su hostilidad al cristianismo, el que quiso suplantar la fiesta cristiana trasladando a ese día la fiesta pagana del sol.
Es cierto que la celebración de la Navidad en la ciudad de Roma esta comprobada solo a partir del año 336 d.C., pero aún en el caso de que la Iglesia hubiese querido reemplazar la fiesta pagana, lo cierto es que la Navidad es una fiesta radicalmente distinta a las paganas y los cristianos no confundían, en absoluto, unas y otras. El verdadero Sol que nace de lo alto no es el astro, sino Jesucristo (Lucas 1:78); Él es “la luz verdadera que ilumina a todo hombre, que viene a este mundo” (Juan 1:9).
Es posible que Jesús no naciera el 25 de diciembre, pero eso no debe impedir que se destine un momento del año para dedicarlo al nacimiento de Cristo. No celebramos el día en sí mismo, celebramos a Aquel que es nuestro Salvador y todo lo que Él ha hecho por nosotros. No queremos que nos suceda hoy aquello que ya sucedió en la primera Navidad…
“Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.” (Juan 1:11-12)
Ojalá que tu corazón y el de tu familia sea esa casa y ese hogar bien dispuesto para acoger y recibir al que desea nacer “de nuevo” en cada uno de nosotros, de manera que también nosotros podamos nacer a una vida nueva (cf. Juan 3:3-8). Con todo el sentido y con la mejor de las intenciones, ¡te deseamos una muy feliz Navidad!
Icíar y Onofre.