Francisco Jiménez Ambel«Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”. Pedro le contestó: “Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua”. Él le dijo: “Ven”. Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: “Señor, sálvame”. En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: “¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?”. En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo: “Realmente eres Hijo de Dios”. Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Y los hombres de aquel lugar, apenas lo reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y trajeron donde él a todos los enfermos. Le pedían tocar siquiera la orla de su manto, y cuantos la tocaron quedaron curados». (Mt 14,22-36)
Los discípulos podían reconocer en Jesús a un Maestro, un Rabí, pero los milagros les hacían sospechar que se trataba de un “profeta”. Había multiplicado los panes, les había dado de comer sin trabajar y, lógicamente, lo habían querido hacer rey; ese “régimen” sí nos conviene, produce adhesión unánime.
Pero Jesús tiene otra misión; venía a dar cumplimiento cabal a las promesas hechas a Israel, y en Sión a todas las naciones. A los discípulos los hace ir a la otra orilla y, Él, después de encargarse “personalmente” de despedir a la gente, sube al monte a orar, solo y en la noche. Los discípulos han obedecido. Pero los hechos objetivos –la distancia a la orilla, el viento en contra, las olas, la noche…– les evidencia que ha sido un terrible error hacer caso al Maestro.
A la cuarta vigilia, para colmo del pánico, ven que alguien viene caminando sobre el agua. Hemos pasado de las adversidades al miedo estremecedor que produce el desbordamiento de la realidad. La única hipótesis es amedrentadora: ¡Es un fantasma! ¿Quién si no podría deambular sobre la superficie de la tempestad? La zozobra ya no es física, ahora es anímica; estamos ante una amenaza directa que se nos acerca y activa todos nuestros temores (¿Qué va a ser de mi?), incluidas las supercherías y atavismos
Ahí aparece la voz de Jesús, reconocible por su calma y su mensaje, tres ideas luminosas:
–“¡Animo!”: Seguid, no desfallezcáis, nadie os ha revocado el encargo, ¡Ánimo!
–“Soy yo”: No soy un fantasma, soy Jesús al que vais conociendo, el que acabo de dar de comer a la muchedumbre. Soy el mismo; si he roto vuestros esquemas con la multiplicación del pan, también puedo caminar sobre las aguas enfurecidas.
-“No tengáis miedo”: Esto sí es chocante. Estamos gritando de espanto y alguien nos viene con un sosegado “No tengáis miedo”. La respuesta interior de los discípulos, y la nuestra ante las dificultades, es la desconfianza: ¡Ya me gustaría a mí no tener miedo! Pero todo me hace pensar que mi pánico está justificado: no solo hay tormenta sino que aparece un fantasma y además habla (o se burla de nuestro pavor).
Pero hay uno que le da la oportunidad al Señor de ser Él. No lo reconoce, pero admite que puede ser. Y lo pone a prueba –como Israel en el desierto– pidiéndole una “experiencia personal” de un poder sobrenatural. Tan probable es que seas Tú, como que yo pueda ir hacia Ti sobre las aguas. “Si eres Tu, mándame ir…”. Y Jesús le responde “Ven”. Pedro, en medio de la confusión, ha lanzado un reto y tiene que ser coherente. Le toca echarse al agua. Cuenta con un “ven” de alguien a quien él ha llamado Señor, pero ¿y si tiene razón la mayoría y es un fantasma? ¿No es una absurda temeridad? Porque las evidencias son las mismas: la fuerza de la tormenta… Y entonces reaparece el miedo.
Sí. Al ver que se hundía pide ayuda al Señor sin vacilar. “Señor sálvame” es un grito dirigido a Él, no una voz lanzada a un “quien quiera que seas”. Misteriosamente, la fuerza del viento y el empezar a hundirse le habían certificado que era el Señor. Y lo era. “En seguida Jesús extendió la mano”. Inmediatamente, sin tardanza, lo socorrió, pero curiosamente no lo devolvió a la barca. Sino que todavía en la zozobra de la tempestad reprocha a Pedro su poca fe y específicamente: “¿Por qué has dudado?”. Había dudado tres veces. Como todos, si no sería un fantasma. Admitiendo después la posibilidad –que no certeza– de que era Jesús, había vuelto a dudar cuando ya caminaba sobre las aguas experimentando la potencia del “Ven”.
Los que estaban en la barca se rindieron a la evidencia; no era un maestro, no era un profeta, era el Hijo de Dios.
El combate de Pedro benefició a los espantados discípulos y, arribando a lo otra orilla, a todos los enfermos que tocaban la orla de su manto. Ahora que la modernidad afirma que lo único razonable es la duda, y la certeza no se implanta en mi corazón (que tiembla de miedo), Jesús me interpela personalmente: Después de lo que he hecho contigo, “¿por qué has dudado?”.