«En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”. Ellos contestaron: “Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas”. Él les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Simón Pedro tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús le respondió: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”. Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías. Desde entonces empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tema que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: “¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte”. Jesús se volvió y dijo a Pedro: “Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios”». (Mt 16,13-23)
Preguntas, respuestas y declaraciones, de esto vamos a tratar en este día 8 de agosto cuando una parte de la población está de vacaciones y otra inmensa mayoría disfruta o se defiende del calor como mejor sabe y puede.
Jesús hace la pregunta a los que están a su lado y por lo tanto, le conocen y han comido con él. A nosotros que somos creyentes también nos hace la misma pregunta: “y vosotros ¿quién decís que soy yo?”. Todos los dones que se reciben de parte de Dios son gratuitos y la confesión de Pedro también, “Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos”. Son, por tanto, regalos que se aceptan o rechazan, y la mayor parte de las veces producen alegría y agradecimiento a quienes los reciben. El acierto por parte de quien los da también es importante. Y Dios ¿que nos regala? Para hacer esta pregunta parto de la creencia en su existencia; con la creencia en Dios son tan grandes las posibilidades que se abren a los hombres que no me queda otra que confesar su existencia. De otra manera solo cabría decir con el apóstol Pablo aquello de: “comamos y bebamos que mañana moriremos”.
Veamos, para empezar, que los seres humanos y la vida en general nace, se desarrolla y muere. En este tránsito los mayores esfuerzos de los humanos están dirigidos al ser: ser más que el otro, más listo, más guapo, con más dinero, con mejor vivienda, con los mejores hijos, los mejores nietos… Peleamos por este ser y por tener lo mejor. El vecino solo existe si nos podemos aprovechar de él para conseguir nuestros objetivos. La relación que establecemos es, por tanto, una relación de poder; poder que da el dinero, la fama, los estudios, el puesto de trabajo; poder que trae al mundo saqueos, guerras, injusticias, hambre, violaciones.
De esta manera transcurre nuestra vida, pero también hay que decir que los hombres, como conocedores de esta situación y para evitar sobrepasar ciertos límites, que siempre se sobrepasan, establecemos reglas de juego, es decir, establecemos e intentamos poner orden con la ley, con las leyes. Si las cumples, pasas desapercibido; si las pones en cuestión, empiezan los conflictos. Si son injustas y luchas por cambiarlas, no hay más que mirar la historia para saber lo que pasa. Y así, vamos caminando y avanzando hasta la tumba unos detrás de otros, eso sí, con la cabeza bien alta, bien llenos de soberbia y bien orgullosos.
Mirad, en este trayecto que nos lleva a ninguna parte —bueno, a la tumba— es necesario levantar los ojos. Es necesario mirar, es necesario reconocer a quien tenemos al lado, es necesario reconocer el Amor, y el amor no es otro que aquel que es servicial, que no busca lo suyo, que todo lo espera, que soporta todo, que no quiere la injusticia, que vive con la verdad… Este es Dios, porque el amor es Dios. ¿Hay otra manera de ser, u otra posibilidad de relación, entre nosotros y con el mundo que nos rodea?
Si reconocemos a Dios en nuestra historia, todo es posible. Se puede reconocer al otro tenga la filosofía que tenga, crea o no. Se puede reconocer la Naturaleza en todo su esplendor. Dios establece una ley y nos la da cumplida: amar a Dios sobre todas las cosas, por encima del dinero, por encima del poder, por encima de nuestras fuerzas. Es un regalo inmenso, y amar a nuestro prójimo es la posibilidad que se nos da de construir un mundo más solidario, más justo y más humano.
El apóstol Pedro es el primero que, viviendo con Jesús de Nazaret, levanta los ojos y lo reconoce como Hijo de Dios, dando origen a una serie de hombres que junto con Pedro confesamos que Jesús es el Cristo, el hijo de Dios vivo, y por tanto confesamos que Dios está en medio de nosotros, y puede abrirse un nuevo camino, que en lugar de llevarnos a la tumba, nos lleve al cielo. Este tesoro lo lleva la Iglesia en vasijas de barro.
Alfredo Esteban Corral