«En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: “La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: ‘Paz a esta casa’. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: ‘Está cerca de vosotros el reino de Dios’”». (Lc 10,1-9)
El Reino de Dios es una tarea y una itinerancia. Ambas cosas van íntimamente unidas. Lo del caminar es porque el Reino va con los enviados y está ya cerca de los hombres; tanto más cerca, cuanto más se acercan a estos aquellos. El Reino no es una cosa que se lleva en la mochila y se va dejando o repartiendo en los lugares por donde se pasa: el Reino es una persona que camina con el enviado y este lo entrega cuando dice a quien le acoge: “Está cerca de vosotros el Reino de Dios”.
En realidad, en decir esto consiste la tarea que nos ha encomendado el Señor y que Lucas nos recuerda hoy, día en que precisamente la Iglesia celebra su festividad. Todo lo demás está en orden a esta predicación. Incluso las advertencias y avisos miran a la buena realización del trabajo: hay escasez de operarios y mucho trabajo; los de ahí fuera son como lobos (porque nos manda el Cordero, y con sus mismas actitudes); talega, alforjas y sandalias para qué; de la intendencia ya hay quien se ocupe; vamos, que ni pararse a saludar a nadie porque urge llegar a los necesitados de la noticia.
Hay una cosa chocante: de todo lo que el Señor manda, algo lo manda dos veces: quedarse en la misma casa y comer lo que haya. ¿Por qué insiste el Señor en estos dos aspectos? Comer lo que a uno le ponen indica un modo muy especial de estar con alguien en su casa; es decir dar importancia sobre todo a las personas que a uno le acogen, sin preocuparse de más. Está claro lo que el Señor dice: lo que importa es que la relación con las personas haga posible la predicación eficaz. Luego ya, comer una cosa u otra ¿qué más da, si el obrero merece al menos la comida del día? La comida que allí le ponen al apóstol alcanza, de este modo, una dimensión extraordinaria, ya que es la ocasión de la comunión entre el que lleva el Reino de Dios en la predicación y quien lo acoge. De este modo termina siendo símbolo de la transformación que opera la Palabra en el corazón humano, creando una Iglesia nuclear que por su misma dinámica interna tiende a agruparse con otras hasta formar una comunidad capaz de hacer real y visible el amor, la comunión y la paz.
Por esto, en el caso contrario de que no fuera aceptada la Palabra, la paz retornará al apóstol, dado que es un bien tan precioso que no puede perderse, sino que habrá de conservarse para otros.
Del evangelio de hoy se desprende algo maravilloso para nosotros, que ya hemos aceptado la predicación llegada desde una comunidad eclesial formada: pedir a Dios que envíe obreros a quienes no tienen esta dicha, es decir que nos envíe a nosotros a crear pequeños espacios del Reino donde el Amor, la Comunión y la Paz sean los elementos que estimulen nuestro apostolado y, a la par el salario que nos pongan en la mesa.
Esta “comida puesta a la mesa” recuerda la sal que el Señor resucitado comparte con sus discípulos momentos antes de subir al Cielo (Hch 1,4). Esta sal tiene resonancias clarísimas. El apóstol, con su llegada a una casa, sala a quienes viven en ella, es decir les comunica, a través de la Palabra, la vida del resucitado que transforma la existencia y la llena de alegría y paz.
Quiera el Espíritu Santo llenar nuestros casas y pueblos de evangelizadores como pide hoy el Señor Jesús.
César Allende