«En aquel tiempo, subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles: Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago Alfeo, Simón, apodado el Celotes, Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor. Bajó del monte con ellos y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, y la gente trataba de tocarlo, porque saltaba de él una fuerza que los curaba a todos». (Lc 6,12-19)
Lo primero que llama la atención es que Jesús en este momento en que su vida pública está arrancando, decide escoger a un grupo de hombres entre sus seguidores, precisamente no los más inteligentes ni poderosos.
¿Y no tendrá algo que ver con esto, que claro, si se pasa la noche rezando, no ha descansado suficiente? Así no puede tener las ideas frescas. Fijo que, además, no desayunó de manera adecuada, ni corrió al menos media hora para activar la circulación y “empezar el día con energía”. Y así le salió; el uno le niega, el otro le traiciona, Él acaba en la Cruz y el mundo manga por hombro… ¡Y sin vistas de arreglarse!
Esta broma es, sin embargo, una forma de hacer ver lo que el mundo piensa. Pero claro, olvida que la sabiduría de Dios es mucho más alta que la de los hombres, y eso es lo que el mundo necesita en estos momentos, mucha más Oración, y menos asesores de imagen, coachs, estudios de mercado y demás ingenierías sociales que nos rodean por doquier.
Pero no nos engañemos, no es que estas cosas sean malas en sí mismas. El gran error de esta generación es exactamente el mismo que el de los que construyen la torre de Babel: el creerse que Dios es algo innecesario, algo anticuado, de épocas en las que el hombre no sabía lo que sabe ahora. Se le olvida que aún es mucho más lo que le queda por descubrir, y que esos descubrimientos son parte del designio divino para el crecimiento de la humanidad. Y además parece no querer entender que el papel del hombre en el mundo es hacer la voluntad de Dios, no la suya, ya que en el momento en que entramos en nuestra voluntad, nos separamos de la humanidad y eso produce resultados como los que estamos viviendo.
La otra parte que llama la atención es que, claro, a quién iba a elegir Jesús, si lo cierto es que tampoco tenía mucho donde elegir. Los sabios y poderosos no andaban tras él, ellos tenían que negociar con Roma, hacer florecer sus negocios, proteger la pureza de la religión… Total, que los que van tras Jesús resultan ser un puñado de “atormentados por espíritus inmundos”, y claro, con esos mimbres, ¡qué le vamos a pedir que elija!
Esa es, para mí, la otra parte de la necesidad del hombre de oración: no solo hay que reconocer que Dios está sobre nosotros y a Él debemos todo, sino que hay que ser consciente de que nuestros pecados son los que nos atormentan. No son las circunstancias, ni los otros, ni las injusticias, ni nada que venga de fuera. Es, tras reconocer nuestra imposibilidad de hacer el bien, como nos dice San Pablo, cuando podemos acercarnos al Señor, como dice el Salmo:
“Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
El sacrificio agradable a Dios
es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado, tú, oh Dios, tú no lo desprecias.
Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos”.
Antes de ritos sacrificios y demás cumplimientos (de cumplo y miento) que nosotros decimos ofrecer al Señor —sobre todo cuando queremos que nos quite algo que no nos gusta en nuestra vida—, lo que Él espera es nuestro corazón arrepentido y confiado en su amor y su poder.
Hace ya muchos años, en 1974, pude ver una película, “Proceso a Jesús”, de José Luis Sáenz de Heredia, que plantea de forma preciosa este debate entre el mundo y la fe, y pone muy claramente de manifiesto este hecho maravilloso de que si Dios se ha hecho hombre y se ha sometido a humillaciones hasta la Cruz, es única y exclusivamente por su amor a los hombres, y muy en especial por aquellos que sufren y no encuentran sentido a su vida.
Así que, “pongamos a Dios en nuestras vidas”. Pero no nos equivoquemos, pagamos al único que se ha hecho como nosotros, ha sufrido como nosotros y nos ha enseñado que, orando al Padre, el camino de la salvación está abierto.
Antonio Simón