«Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftali. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: “País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló. Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”. Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, Simón al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: “Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo». (Mt 4,12-23)
En el momento de ponerme delante del ordenador para escribir este comentario, todavía no he terminado de deshacer la maleta del viaje a la santa Tierra Santa que, junto con mi Comunidad, Dios nos ha regalado.
Es la cuarta vez que viajo a los santos lugares, y a cual mejor. En ninguno de los cuatro viajes he tenido la sensación del turista que al llegar a un sitio dice: “Esto ya me lo conozco” o “aquí ya he estado antes”. Siempre he dicho que para visitar paisajes, mi pueblo (soy de la comarca de Cazorla) y para ver iglesias, Toledo. Entonces, ¿qué tiene esta bendita tierra de especial que hace que cada estancia sea una experiencia sorprendente y nueva?
Durante la visita a las ruinas de Corazín -un pedregal de piedras negras- al término de una celebración litúrgica, el presbítero que presidía nos hizo reparar que entre tantas piedras negras destacaban algunas piedrecitas blancas, y nos invitó a coger una (que no se enteren las autoridades de Israel) como signo y recordatorio del: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”. Yo recordé un midrash hebreo que suelo repetir muchas veces en mis conversaciones con los presos: “Si en una noche negra, sobre una piedra negra, camina una hormiga negra; Dios la ve y la ama.”… y es aquí las piedras hablan, vaya que si hablan. Por algo se la llama “el quinto evangelio”.
“A los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló…”. Hubo un hombre, enviado por Dios, se llamaba Juan. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz. (cf. Jn 1, 6-8), y como la luz pone de manifiesto la realidad, pues también molesta. Así que mejor se la encierra y, muerto el mensajero, se acabó el mensaje. Pero la Palabra de Dios no puede estar encadenada (2 Tim. 2, 9). Y “os digo que si estos callan, gritarán las piedras” (Lc. 19, 40); con lo que, al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea, y desde que aquellas piedras escucharon el grito contundente de Jesús, no dejan de repetir: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”.
Recorría toda Galilea. Sí, precisamente la “Galilea de los Gentiles”, camino del mar, la ruta que recorrían los comerciantes de la llamada “media luna fértil” de Mesopotamia a Egipto. La Galilea de los gentiles que, al ser paso de caravanas, solía gozar de prosperidad económica y se olvidaba de Dios y del hermano. La Galilea que denunciaría Amós que se regodeaba de su propio “estado de bienestar”, que se acostaba en lechos de marfil y se olvidaba del derecho y la justicia. La misma Galilea de los gentiles, negociantes sinvergüenzas que antes vendían al pobre por un par de sandalias y hoy por un par de “pescados de S. Pedro” o un filete de pollo quemado y reseco. “¿Acaso va a venir de Galilea el Cristo?” (Jn. 7, 41) ¿De Nazaret puede haber cosa buena? (Jn. 1, 46)
Pues sí, en Galilea, en el lugar de la faena diaria, en lo “impuro”, en donde menos se le espera, acontece el Mesías y dice: “venid y seguidme”.
Ayer, celebraba la eucaristía en mi “galilea de los gentiles”, en la cárcel. Semana de oración por la unidad de los cristianos. Y preguntaba en voz alta: ¿Qué me une de verdad a mí con vosotros? Uno de los presos, desde su banco, responde de manera contundente: “el pecado”.
Ayer, celebraba la Iglesia que Pablo se cayó del caballo…
Pablo Morata