«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le va a dar una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden!”». (Mt 7,7-11)
“Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque a todo el que llama se le abre, al que busca encuentra y al que pide se le dará”, dice el Señor. Y en otro lugar, vuelve a insistir el Señor: “Todo lo que pidáis a mi Padre en mi nombre se os concederá”. ¿Por qué, entonces, se quejan algunos de que piden y no reciben? A esto nos contesta Santiago en su carta: “Pedís y no recibís, porque pedís mal”. Porque si a un padre de la tierra, su hijo le pide pan, no le va a dar una piedra, aún siendo pecadores, pues, ¿cuánto más nuestro Padre del cielo no nos dará lo mejor? Debemos, pues, pedir para obtener, pero es necesario pedir bien, porque la petición ha de ir acompañada de una apropiada actitud interior, tal como nos advierte el Señor cuando nos enseña a orar. “Cuando oréis, decid así: ¡Abba, Padre!”.
La oración es propia del creyente, y el creyente sabe que todo contribuye para el bien de aquellos a los que ama el Señor, es decir, a todos nosotros. Por eso, el creyente al orar se pone en las manos amorosas del Padre, se abandona a Dios y está dispuesto a que el Señor haga en él lo que quiera, consciente de que todo es gracia. Está dispuesto aceptarlo todo y únicamente desea que se haga en él la voluntad de Dios, puesto que esta voluntad es su bien.
En el tiempo de la desgracia, de la enfermedad o de las dificultades, pide al Señor que le libre de ellas, pero, como Jesús en el huerto, desea que se haga la voluntad de Dios y no la suya, porque Dios sabe más que él y le ama infinitamente más que lo que pueda amarse a sí mismo. Por ello acoge salud o enfermedad, éxito o fracaso, descanso o trabajo, ya que en la enfermedad, en el fracaso o en el trabajo, puede encontrar más fácilmente al Señor, y unido libremente a su cruz, puede contribuir más eficazmente a su salvación y a la de otros.
De este modo estamos pidiendo en el nombre de Jesús, pues oramos con la misma actitud con la que pidió Él. Como Hijo entró en la obediencia a la voluntad del Padre, aceptando la historia que había preparado para Él. Pese a los vanos intentos del Enemigo de apartarle de la misma permaneció fiel al Padre, abandonándose en todo a su amor. Del mismo modo, el cristiano pone su vida en manos de Dios, se la da con todo su corazón porque Dios es su Padre y es bien todo lo que recibe de su mano. Por eso está seguro de obtener todo lo que pida, porque sea lo que sea viene de la voluntad del Padre para su bien.
Ramón Domínguez