Cuando ellos [los magos] se retiraron, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo:
–Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.
José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi hijo».
Al verse burlado por los magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los magos. Entonces se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías: «Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel, que llora por sus hijos y rehúsa el consuelo, porque ya no viven». (Mt 2,13-18)
El evangelio de hoy, fiesta de los Santos Inocentes, es una de las páginas evangélicas más famosas, aunque, probablemente, peor entendidas. Muchos han visto en ella solo el gesto cruel de un rey despótico como fue Herodes el Grande. Es cierto que Herodes gobernó con mano de hierro y que en ocasiones fue muy violento, contando en su biografía con la responsabilidad de la muerte de varios miembros de su propia familia: una de sus esposas –llegó a tener diez–, junto con su cuñado (que era el sumo sacerdote) y su suegra, todos procedentes de la familia real de los asmoneos, que podrían esgrimir su linaje para aspirar al trono; y tres de sus hijos, que habrían conspirado contra él. Pero no hay ningún registro histórico que nos hable de una matanza de niños en Belén y alrededores.
Es probable que esta asociación de Herodes con el «asesinato dinástico» influyera de algún modo en el texto de la muerte de los inocentes del evangelio de san Mateo. Teniéndola en cuenta, el evangelista habría compuesto su relato para poner de relieve la oposición a Jesús por parte de los «poderes de este mundo». Dios y sus elegidos están en guerra contra el mal que rige el mundo. Es lo que ocurrió cuando Israel fue esclavo en Egipto: la acción liberadora de Dios llevada a cabo por Moisés chocó con la persecución del faraón. Mateo, que va a presentar en su evangelio a Jesús como un nuevo Moisés, necesita «pintarlo» a la manera del liberador de Israel. Así, si Moisés fue perseguido por el faraón cuando nació, también Jesús tiene que serlo por el «faraón» de su tiempo, el rey Herodes.
El evangelista Mateo emplea citas del Antiguo Testamento como recurso para presentar la vida de Jesús como el cumplimiento de las Escrituras de Israel (por eso se conocen como «citas de cumplimiento»). La primera de las que vemos en el pasaje de hoy, relacionada con el viaje y estancia en Egipto, pertenece al profeta Oseas: «Cuando Israel era joven lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo» (11,1), y hace referencia a la gran epopeya de liberación o salvación que constituye el fundamento de la fe de Israel. La segunda cita, colocada en el contexto de la matanza de los niños de Belén, es del profeta Jeremías: «Esto dice el Señor: Se escucha un grito en Ramá, gemidos y un llanto amargo: Raquel, que llora a sus hijos, no quiere ser consolada, pues se ha quedado sin ellos» (31,15). El contexto de las palabras del profeta es una deportación (¿de Israel, de Judá?) que, en todo caso, va a ser leída en clave nuevo éxodo. Es decir, Jesús es el cumplimiento cabal de la figura del Israel veterotestamentario.