Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?». Esto lo dijo, no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando. Jesús dijo: – «Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis». Una muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús. (Jn 12,1-11)
Juan cuando escribió su Evangelio sabía, como testigo ocular del suceso, que el sepulcro de Jesús resultó “sepulcro vacío” (Jn 20, 2-9); por eso acorta la unción de Betania a sólo la sepultura. Por otra parte, es claro que ungir a un resucitado resulta tan difícil como inútil. Conviene meditar muy atentamente el Evangelio de hoy.
La narración de Betania es llevada por Juan a extremos maravillosos de significación y sentido espirituales.
En 20, 29 él mismo saca de esta Fuente de Salvación el agua de la vida: nos llama bienaventurados por boca del Señor resucitado, precisamente por creer, sin ver; por creer en el testimonio de quien escribió todo lo referente a Jesús con verdad digna de todo crédito. Maravilla sobre maravilla: tal crédito es la “vida” en el Hijo de Dios (v.31).
Adelanta Juan a Betania una primera confesión en la Resurrección de Jesús, al modo como sólo él sabe hacerlo, ocultándola en una redacción de los hechos que se superan a sí mismos en la plenitud de su significado propio: Jesús murió, lo enterraron, y resucitó verdaderamente, haciendo así bueno el gesto de María aquel atardecer cenando todos juntos. Fue un gesto profético que refuerza nuestra fe en el mismo Jesús que cena y luego deja su tumba vacía. Bien empezamos la Semana Santa. Quiera Dios que nos dure toda la vida.