Las siguientes preguntas nos las deberíamos hacer de vez en cuando o, por ejemplo, ahora mismo: ¿Es posible que estemos volviendo a tiempos de paganismo?; ¿Es posible que estemos perdiendo nuestra identidad católica?; ¿Es posible que nuestra fe la estemos dejando aparcada?
Apuntan las mismas a una situación por la que, a lo mejor, está pasando nuestra fe y, así, lo que hacemos con ella. Y es que sabemos que los paganos o, mejor, la actitud que tienen las personas que así se pueden llamar, tiene, por vida, servir a los ídolos y tener por dioses, varios, a los diversos baales que hoy día existen por doquier y que enturbian nuestra relación con Dios y, también, con nuestro prójimo.
¿Cómo es esto posible?
Pragmáticamente cualquiera puede apreciar que son muchos los ídolos, dioses pequeños, que en determinadas ocasiones dominan nuestras vidas. Bien sea el dinero, el ansia de tener, el poder que se quiere, los bienes de cuya presencia no podemos desprendernos en la medida que corresponde, etc., cualquiera de tales instrumentos del Mal puede hacernos abandonar nuestra fe y dejar nuestra vida en manos de los más diversos diosecillos. Así, en efecto, es más que evidente que los tiempos paganos no se han extraviado de la civilización humana sino que, por los medios que actualmente cuenta el Maligno para difundirlos, están alcanzando un esplendor que, a lo mejor, no vuelven a perder.
Por otra parte, a manos de los tales dioses menores, ínfimos, es más probable que la identidad católica o, mejor, aquello que identifica una fe y una forma de comportarse, puede estar perdiéndose a favor de todo lo que no está junto a Dios, de todo lo que se aleja de un comportamiento religioso y, en definitiva, de todo lo que no es Dios sino humanidad mundana y herrumbre. Corremos, pues, el peligro de dejar nuestra fe a un lado del camino que hacemos. Nos pueden llegar a convencer aquellos que promulgan un mundo sin Dios porque una existencia así excluye de muchas responsabilidades: la de amar, la de perdonar, la de mostrar misericordia, la de entregarse a los demás sin tener interés alguno en ello, etc.
Así, nuestra fe se opone, por así decirlo y para un pensamiento pagano y egoísta, al querer del mundo que no es, precisamente, el de Dios porque el Creador no puede querer que no se ame o que no se perdone a quien te ofende o, en general, no hacer una voluntad santa como la Suya. Pero no podemos, como católicos, dejar que presida nuestra vida un pesimismo que se alejaría mucho de la alegría y el gozo que han de manifestar aquellos que se saben hijos de Dios.
Entonces, ¿Qué hacer?
Algo tan sencillo como lo siguiente: tener al Santo Rosario como arma espiritual; Misa y comunión frecuentes; Confesión, al menos, mensual; Consagración diaria a los Sagrados Corazones de Jesús y de María; Penitencia y ascetismo; Oración en grupo; Fomentar la Oración ante el Santísimo Sacramento del Altar; Fomentar la Comunión Reparadora…
No se puede decir, por lo tanto, que no tengamos instrumentos espirituales para hacer frente al paganismo que nos envuelve y trata de apartarnos de Dios. Por eso, invoquemos, también, la intercesión de María, Madre de Dios y Madre nuestra para que haga, por su parte, lo que una buena Madre hace por sus hijos porque perder la fe en tiempos paganos no debe estar al alcance de nuestros corazones.
Eleuterio Fernández.