«En aquel tiempo, Pedro, volviéndose, vio que los seguía el discípulo a quien Jesús tanto amaba, el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: “Señor, ¿quién es el que te va a entregar?”. Al verlo, Pedro dice a Jesús: “Señor, y este ¿qué?”. Jesús le contesta: “Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme”. Entonces se empezó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no moriría. Pero no le dijo Jesús que no moriría, sino: “Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?”. Este es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que los libros no cabrían ni en todo el mundo». (Jn 21, 20-25)
Coincidiendo con el final del tiempo pascual, escuchamos hoy el final del Evangelio de San Juan. Según los exegetas, el cap. 21 ha sido añadido al IVº Evangelio, probablemente después de una primera redacción de este. Las dificultades de orden literario y exegético son bastante importantes, pero cabe la posibilidad de no alejarse de la realidad, figurándose que este capítulo ha sido estructurado después de la muerte de Pedro y antes de la de Juan. En un momento en que el tema de la sucesión ya se ha planteado. El autor ha añadido un último relato, localizado en el lago Tiberíades, en un tiempo indeterminado, después del domingo de resurrección. Este relato tiene en Pedro y en el discípulo amado a sus personajes centrales.
No es la primera vez que Pedro y el discípulo amado aparecen juntos. Desde el cap. 13 es al menos la tercera vez que lo hacen. En el cuarto Evangelio: el discípulo amado es el prototipo de discípulo de Jesús, estando siempre donde debe, por ejemplo, al pie de la cruz; captando y entendiendo las situaciones. Todo esto es la asignatura pendiente de Pedro. Así nos lo ha hecho saber el autor desde el cap. 13, es decir, desde el día de Jueves Santo: “Lo que estoy haciendo, tú no lo entiendes ahora, lo comprenderás más tarde” (Jn 13, 7). Ese más tarde es precisamente el relato de hoy, anunciado ya por el autor desde el cap. 13. En este relato aprende Pedro la asignatura que tenía pendiente: ser discípulo de Jesús es amar a riesgo de la propia vida. Sígueme: “Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: ´Sígueme`” (21, 19).
En este relato en el que Pedro pregunta al Resucitado “Señor, y este, ¿qué?” (21, 21), el autor del cuarto Evangelio ha elaborado un relato eclesiológico altamente significativo: Frente a un modelo de Iglesia basado en la Jerarquía (representado en la figura de Pedro), el evangelista nos propone un modelo de Iglesia basado en la Comunidad creyente (la Comunidad del discípulo amado). La jerarquía deberá estar siempre a la escucha de la Comunidad creyente, si quiere saber por dónde ir y si no quiere errar. Es la comunidad creyente quien capta y entiende las situaciones.
Junto a esta interpretación, en clave eclesiológica, cabe también otras interpretaciones como, por ejemplo, la que nos ofrece San Agustín en su comentario al Evangelio de san Juan. Para el obispo de Hipona, Pedro y Juan, Juan y Pedro representan paradigmáticamente las dos formas que configuran nuestra existencia, uno la terrena, el otro, la escatológica. He aquí su formulación:
«La Iglesia sabe de dos vidas, ambas anunciadas y recomendadas por el Señor; de ellas, una se desenvuelve en la fe, la otra en la visión; una durante el tiempo de nuestra peregrinación, la otra en las moradas eternas; una en medio de la fatiga, la otra en el descanso; una en el camino, la otra en la patria; una en el esfuerzo de la actividad, la otra en el premio de la contemplación.
La primera vida es significada por el apóstol Pedro, la segunda por el apóstol Juan. La primera se desarrolla toda ella aquí, hasta el fin de este mundo, que es cuando terminará; la segunda se inicia oscuramente en este mundo, pero su perfección se aplaza hasta el fin de él, y en el mundo futuro no tendrá fin. Por eso se le dice a Pedro: Sígueme; en cambio de Juan se dice: “Si yo quiero que él permanezca así hasta mi venida, ¿a ti qué? Tú, sígueme”. Tú, sígueme por la imitación en soportar las dificultades de esta vida; él (Juan), que permanezca así hasta mi venida para otorgar mis bienes. Lo cual puede explicarse más claramente así: Sígame una actuación perfecta, impregnada del ejemplo de mi pasión; pero la contemplación incoada permanezca así hasta mi venida para perfeccionarla.
Aquellas palabras de Cristo: “Si yo quiero que él permanezca así hasta mi venida” no debemos entenderlas en el sentido de permanecer hasta el fin o de permanecer siempre igual, sino en el sentido de esperar; pues lo que Juan representa no alcanza ahora su plenitud, sino que la alcanzará con la venida de Cristo. En cambio, lo que representa Pedro, a quien el Señor dijo: “Tú, sígueme”, hay que ponerlo ahora por obra para alcanzar lo que esperamos. Pero nadie separe lo que significan estos dos apóstoles, ya que ambos estaban incluidos en lo que significaba Pedro, y ambos estarían después incluidos en lo que significaba Juan.
El seguimiento del uno y la permanencia del otro eran un signo. Uno y otro, creyendo, toleraban los males de esta vida presente; uno y otro, esperando, confiaban alcanzar los bienes de la vida futura».
Juan José Calles