Jesús se marchó y se retiró a la región de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: “Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo”. Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: “Atiéndela, que viene detrás gritando”. Él les contestó: “No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perros”. Pero ella repuso: “Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”. Jesús le respondió: “Mujer, qué grande es tu fe, que se cumpla lo que deseas”. En aquel momento quedó curada su hija (San Mateo 15, 21-28).
COMENTARIO
En este episodio, Jesucristo nos enseña que, aunque parece desentenderse de nuestras peticiones al no atenderlas inmediatamente, hemos de insistir sin cejar en ello. Esto es así, ya que Él sabe cuándo y cómo conviene que seamos atendidos y porque la perseverancia fortalece nuestra fe.
También es de notar que los discípulos intercedan por la cananea, pues todos hemos de interesarnos por los problemas de los demás, ya que somos hijos de un mismo Padre, a pesar de las diferencias que existan entre unos y otros.
Esa aparente indiferencia o dureza con que Jesús se justifica para no atender su demanda –la cual puede ir dirigida a nosotros en muchas ocasiones- nos conviene para reafirmarnos en la fe y, sobre todo, para ponernos en la humildad de reconocer que nada se nos debe, que todo es gracia de Dios.
Si ante esta negativa cesamos en la insistencia en la petición y nos marchamos con despectiva altanería, ofendidos en nuestro orgullo, no solamente nos quedaremos sin obtener la gracia solicitada, sino que estaremos propiciando al maligno una buena oportunidad para que se enseñoree de nuestro espíritu.
Por lo tanto, este episodio ha de enseñarnos a pedir a Dios favores con fe, insistiendo, con la seguridad de que seremos atendidos cuando y como Dios lo estime conveniente y siempre que lo solicitado sea bueno para acercarnos a Él -camino, verdad y vida- Y, todo ello habremos de hacerlo, desde un corazón bienintencionado y humilde.