«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le va a dar una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden!”». (Mt 7,7-11)
Este día la Iglesia nos convoca para mostrar, por la fe, tres actitudes: pedir perdón, dar gracias y solicitar la ayuda del cielo. Al inicio de curso, como sucede en diferentes instituciones, la Liturgia, ofrece a todos la llamada a trascender la historia, bien en tres jornadas, bien en una, con la celebración del día llamado de témporas.
¿Quién no necesita reconocer los errores, los posibles fallos y hasta los pecados, y pedir perdón por ellos? A su vez, es de justicia dar gracias a Dios por tantos beneficios como hemos recibido. En cualquier caso, al creyente se le invita a la súplica a la hora de reemprender las tareas.
La vida del cristiano se sustenta en la oración, en el encuentro con la Palabra de Dios, y en la celebración de los sacramentos, a la vez que en el ejercicio generoso en la solidaridad, de acompañar y compartir lo que tiene con los necesitados.
El Evangelio de este día recomienda “pedir, buscar, llamar”. Son tres acciones que implican humildad frente a todo gesto prepotente de quien se cree autosuficiente, sin necesidad de ayuda, o satisfecho, sin deseo de mayor progreso espiritual. Jesús recomienda a sus discípulos la permanente vigilancia en la oración para estar atentos al querer de Dios. Una petición acertada, y que cuenta con el favor del Cielo, es pedir conocer la voluntad divina, y la fuerza para llevarla a cabo.
En el camino espiritual, la actitud de búsqueda es esencial, y la imagen de la cierva sedienta expresa hasta dónde debe sentirse la necesidad de Dios. San Benito, en su Regla, recomienda: “Buscad enteramente a Dios”. Y San Agustín se duele del tiempo que perdió buscando fuera a quien llevaba dentro. San Anselmo, a modo de apotegma, describe el camino de la búsqueda: “Enséñame a buscarte, muéstrate al que te busca, porque no puedo buscarte si no me enseñas el camino. No puedo encontrarte si no te haces presente. Yo te buscaré deseándote, te desearé buscándote, te encontraré amándote, te amaré encontrándote”.
La llamada se refiere a la puerta. La puerta es Cristo, quien a su vez es mendigo de nosotros, pues dice que Él es quien está sentado en el umbral, y a quien le abra entrará en su casa y cenará con él. En todos los casos son verbos de relación, que nos aseguran la escucha y la respuesta, la certeza de no avanzar por el camino a tientas, sin alguien que nos pueda ayudar.
Ángel Moreno