Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
–«Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
–«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. »
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
–«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (San Juan 20,19-23).
COMENTARIO
Es el miedo, sin duda alguna, una sensación que en su desarrollo puede paralizar al hombre, mermarle vitalidad y robarle el discernimiento. Sólo se puede superar con decisión y confianza y estas aparecen si disponemos de la suficiente fortaleza interior. Siguiendo esta senda llegamos, en el evangelio de hoy, a la verdad de que sólo Dios puede darnos esa fuerza interior que necesitamos. Quiso el Señor que, después de su muerte y resurrección, fuera el Espíritu Santo el Señor y dador de una vida nueva, para todos aquellos que creen en Jesucristo, en su pasión, muerte y resurrección.
Vivimos en una época en que hace mucho “frío” fuera de la Iglesia y esto hace que muchas veces cerremos las puertas para protegernos. Los discípulos de Jesús estaban encerrados por miedo a los judíos y nosotros también podemos temer a una sociedad que en el mejor de los casos nos ignora y en el peor nos aboca al martirio. El cristiano representa un inconveniente para sectores y corrientes de pensamiento dominantes en la actualidad y que continuamente nos intentan llevar a su terreno. Se le insulta gratuitamente (en todos los sentidos del término gratuito), se le desprecia y se le margina de diversas maneras y en la medida de su fidelidad al Evangelio. La oposición a la eutanasia y al aborto, la defensa de la familia cristiana y de los valores dimanantes del Evangelio son puntos que provocan un profundo rechazo por parte de todos aquellos que se han erigido en dioses de sí mismos y presumen de ser conocedores, por ciencia infusa, del bien y del mal.
El Señor nos envía a ser testigos suyos en medio del mundo, pero en el ejercicio de esta misión podemos ser calificados de fanáticos, retrógrados y enemigos del progreso social, pudiéndose desencadenar situaciones violentas de todo tipo. Este ambiente frío y hostil afecta al cristiano en su trabajo, en el barrio, con los vecinos y hasta con su propia familia.
Hoy Jesús nos puede ver también con “las puertas cerradas por miedo a los judíos” y nos lanza un mensaje de amor: “Paz a vosotros”. No nos da la paz que se define simplemente por la ausencia de conflictos, problemas o sufrimientos. La paz de Dios es la que proviene de conocer el sentido de la vida y de la sólida esperanza de resucitar con Cristo. Es la paz que causa el saberse poseedor de una vida eterna, que se puede empezar a vislumbrar aquí y ahora. Nada ni nadie puede robar esta paz al que vive como hijo de Dios. “Todo lo puedo en aquel que me conforta”, dice la Sagrada Escritura.
Con la fortaleza recibida por el Espíritu Santo los discípulos de hoy, de antes y de mañana, están llamados a administrar las gracias de la Pasión, muerte y Resurrección de Jesucristo. En esta fiesta de Pentecostés, especialmente, el Señor recrea de nuevo al ser humano, arrancando de su corazón ese miedo que le atenaza y le hace estar continuamente defendiéndose y en lucha por su propia supervivencia.
Es tan importante y necesario el Espíritu Santo, que gracias a Él los Apóstoles pudieron comprender, en verdad, toda la experiencia vivida al lado de Jesús y entender en profundidad la Palabra recibida. Con su venida pudieron superar el miedo y enfrentarse abiertamente a la persecución y al mismo martirio, en el conocimiento del amor de Dios y de que la muerte había sido definitivamente vencida. El Espíritu Santo, en definitiva, les había hecho fuertes y audaces.
La Buena Nueva para todos, en el día de hoy, es que la venida del Espíritu Santo no fue un hecho aislado y único. Es Palabra de Dios que el Espíritu Santo está con nosotros todos los días de nuestra vida y hasta el fin de los tiempos. Esta es una noticia que estamos llamados a difundir por doquier. El mundo necesita saber que Cristo es dador de vida eterna y puede entrar en la casa del que no encuentra sentido a su vida y del que tiene su corazón cerrado a toda esperanza. Puede transformar la muerte del ser en alegría y paz, presentando un horizonte nuevo y pleno de vida.
Podemos terminar todas estas reflexiones con una palabras de Jesús reveladas en el Evangelio de San Juan: “La paz os dejo, mi paz os doy, no os la doy como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón, que no se acobarde.”