Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (San Juan 20, 19-23).
COMENTARIO
Queridos amigos, al preparar el comentario del Evangelio del este último día del mes de mayo, me he encontrado con el realizado por nuestro queridísimo Papa Francisco el año pasado. Y dice así “No sirve de nada saber que el Resucitado está vivo si no vivimos como resucitados. Y es el Espíritu el que hace que Jesús viva y renazca en nosotros, el que nos resucita por dentro. Por eso Jesús, encontrándose con los discípulos, repite: «Paz a vosotros» (Jn. 20,19.21) y les da el Espíritu. La paz no consiste en solucionar los problemas externos —Dios no quita a los suyos las tribulaciones y persecuciones—, sino en recibir el Espíritu Santo. En eso consiste la paz, esa paz dada a los apóstoles, esa paz que no libera de los problemas sino en los problemas, es ofrecida a cada uno de nosotros”.
Me parece espectacular poder transmitirlo. Insisto, modestamente en el tema de la paz, que es considerada uno de los catorce frutos del Espíritu Santo. Me permito transmitiros –para confirmar lo que nos dice el Santo Padre- algunas ideas de San Pedro Crisólogo, un sacerdote italiano del siglo IV, al que el Papa Benedicto XIII el año 1729 nombró doctor de la Iglesia, y así nos dice:”…La paz amadísimos hermanos, es la que despoja al hombre de su condición de esclavo y le otorga el nombre de libre. La paz entre los hermanos es la realización de la Voluntad divina, el gozo de Cristo, la perfección de la santidad, la norma de la justicia, la maestra de la doctrina, la guarda de las buenas costumbres, la que regula convenientemente todo”
Me parece que ante estas dos insignes enseñanzas, sólo nos queda agradecer a Dios poder meditar estas enseñanzas de modo que nos ilusionemos humana y sobrenaturalmente es ser por dentro “resucitados” “personas de gozo y paz”.