«En aquel tiempo, dijo Jesús: “Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre.» (Jn 10, 11-18)
A veces no se entiende una figura del Evangelio sino en el contexto en que lo sitúa el evangelista. Eso ocurre con el de hoy. Juan está “preambulando” la cercanía de muerte y resurrección, anunciada en el prólogo: «Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron… pero a cuantos le recibieron… los hizo hijos de Dios». Ese era el mandato, auténtico regalo del Padre a su Hijo para el hombre: morir, resucitar y ser pastor y pasto de su Iglesia.
Tú llevaste a plenitud ese regalo, Pastor de luces. Le diste luz al ciego (Jn 9) y los sabios protestaron. Les das la vida a las ovejas, como el Padre te la da a ti, y ellos te apedrean y casi te matan allí mismo. Nosotros lo recordamos ahora en plena celebración Pascual, escuchando tus «silbos amorosos», y confirmando nuestra identidad cristiana. Así te conocemos y aceptamos, como Pastor del único rebaño de Dios. Así escuchamos tu voz y buscamos protección y ayuda, porque aúllan aún lobos feroces, y pastores asalariados desconocen tu obra.
Quizás el mensaje central de hoy no sea el pastoreo, sino tu estilo inconfundible que hace a las ovejas conocerte y ser conocidas: la entrega y recuperación que hiciste de tu vida, como mandato estratégico del Padre para toda su historia de salvación. «Mirad que llegan días —oráculo del Señor— en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva (…) Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Todos me conocerán, desde el pequeño al grande». Ezequiel soñó que todo su pueblo conocería a su Dios enteramente, pero los pastores fueron un obstáculo. ¿Y hoy?
Entregar la vida, como hiciste tú, pone el listón muy alto para cualquier pastor. Pero entregar «tu vida», como alimento eterno para el hombre, es un trabajo del sacerdote fiel, que participa a la vez de la esencia del rebaño y del Pastor, porque es pastor y cordero.
Tu amor y tu entrega de vida al hombre como su pan de vida, Sacerdote eterno, es lo que el Padre engendra en ti y nos permite proclamarte no solo como pastor, sino como alimento necesario para llegar a reconocerte como Dios. Eso fue lo que no pudieron aceptar —ni aceptan— los falsos pastores, los que esquilman a las ovejas. Podrían aceptar incluso que fueras el Mesías Hijo de David, pero que fueras su Dios, igual en todo al Padre y a nosotros, eso no pudieron ni pueden. Fue la gran prueba de tu muerte y resurrección; la que necesitábamos para creer en ti, conocerte, vivir tu vida, adorarte como Pastor eterno y alimentarnos de ti como pasto diario, Señor de la Verdad suprema.
Eras pastor de almas, aunque muchos solo te conocieron como el humilde carpintero del Nazaret de siempre. ¿Cuándo te diste cuenta que no eras carpintero, sino Pastor de Israel? Naciste en Betleém (casa del pan), como David, y eso resalta Juan hoy, porque para él, no solo eres pastor, sino el «Pastor hermoso» —poimen ó kalós, dice el griego— en referencia histórica al Pastor de Israel por excelencia, del que tomaste nombre, David, pastor antes que rey. Tu evangelista amado, cuando te proclamó como «Pastor hermoso», tenía la escena de la unción de David por Samuel, en su memoria literaria. «Era rubio, de bellos ojos y hermosa presencia» (1Sam 16,12) Simplemente, era hermoso. Los Setenta traducen la figura de David como Buen Pastor, Poimen agazos. Pero a Juan lo traiciona su amor. Para él no eres el Pastor bueno sino el hermoso, el justo, el esperado, como el mismo David cuando lo ungió Samuel. En popular piropo, eras divino.
Eres pastor de muchos rediles pero de un solo rebaño, que no solo das tu vida por las ovejas, sino más aún, le das tu propia vida a las ovejas. Por eso, solo por eso, muchos, de muchos pueblos, de muchos pelajes y muchos rediles, somos un solo rebaño, con un solo pastor. No lo eran aún en tu tiempo ni lo somos ahora, pero vamos camino de ello, ¡Llegaremos a serlo, porque está en juego tu palabra! Toda tu entrega y tu pastoreo supremo tienen ese sentido, hacer de la humanidad una unidad contigo. ¡Con razón Juan te llama el Pastor Hermoso!
«El pueblo mesiánico, por tanto, aunque de momento no contenga a todos los hombres y muchas veces aparezca como una pequeña grey, es, sin embargo, el germen firmísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano. Constituido por Cristo en orden a la comunión de vida, de caridad y de verdad, es empleado también por él como instrumento de la redención universal y es enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra.» (Lumen Gentium, 9)
Manuel Requena
1 comentario
Hola Manuel una felicitación por este mensaje Dios lo bendiga y no de la gracia que todos necesitamos para ser las ovejas fieles que seguen a su PASTOR.