EL primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. (San Juan 20, 1-8).
COMENTARIO
La tradición joannea, al igual que los tres evangelios sinópticos, resaltan el protagonismo de las mujeres a la hora de anunciar la noticia del sepulcro vacío y la resurrección de Jesús. El Cuarto Evangelio destaca a María Magdalena, quien va a asumir la actitud de los que aman, la prontitud, como lo hizo especialmente el discípulo a quien Jesús amaba. Ella tiene el título de “apóstol de los apóstoles”.
A pesar de que todos los Evangelios resaltan el protagonismo de las mujeres, para afianzar la noticia de Cristo resucitado, los textos incorporan el testimonio de los Apóstoles, en el caso de san Lucas, los dos discípulos de Emaús (Lc 24); en el caso de Juan, Pedro y el discípulo amado.
Normalmente se valora la calma, la serenidad, el autocontrol, el ritmo sosegado, consciente y atento. Sin embargo, el relato evangélico pone por tres veces el verbo τρέχω, (trejo) correr, acción que encontramos en el leproso que corre hacia Jesús (Mc 5, 6), como el padre del hijo prodigo (Lc 15, 20). Este día es jornada de anunciar, de no parar de decir: “Cristo ha resucitado”.
Propuesta
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