En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían.
Jesús les contestó: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.»
Y les dijo esta parábola: «Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: «Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?» Pero el viñador contestó: «Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas»» (San Lucas 13, 1-9).
COMENTARIO
Continuamos con el evangelista de San Lucas y antes de comentar la lectura de hoy, me gustaría que nos acercáramos a la mentalidad de este discípulo de Pablo que escribió —después de una gran investigación— este evangelio como ayuda a los gentiles y, por supuesto, desde su experiencia de cristiano. San Lucas sigue en un principio el mismo recorrido que el evangelista San Marcos en la narración, pero para aquél, Jerusalén es clave en la historia de la salvación del hombre desde Jesucristo. El evangelio de San Lucas comienza en Jerusalén y acaba en Jerusalén. San Marcos dedica a la subida que Jesús realiza hacia Jerusalén un capítulo, mientras que San Lucas invierte diez —la sección más extensa—, donde incluye relatos personales que no encontramos en los otros sinópticos; lo narra de forma particular, ordenada y catequética para sumergir a los lectores en este acontecimiento tan importante en la vida de Jesús. Esta narración de la subida a Jerusalén nos pone frente a nuestra actitud. El evangelio que hoy proclama la Iglesia se encuentra en la sección de «llamamiento a la penitencia» y nos invita a un cambio de vida. Esta subida a Jerusalén —la del cielo— es a la que estamos llamados a emprender; para encontrar el camino correcto, coherente y preciso necesitamos descolgarnos del pensamiento del mundo. El Evangelista nos presenta a unas personas que escandalizadas y temerosas cuentan a Jesús unos violentos acontecimientos —como los que vemos diariamente en los telediarios—. Estos hombres no tienen el don del «discernimiento» y piensan que estos sucesos son fruto del pecado de aquellos que han perecido y vienen buscando una palabra de Jesús. El discernimiento es esencial para la vida del cristiano, como ha manifestado en diversas ocasiones el papa Francisco. El discernimiento desaparece si en nosotros habita un espíritu mundano. De aquí esta llamada a cambiar de vida, a volver a la Iglesia de Jesucristo, a la oración, a la escucha de la Palabra, a los sacramentos para que la luz ilumine nuestro interior y nos permita mirar con discernimiento los acontecimientos de cada día. Pidamos al Señor que nos conceda conocer «nuestro tiempo» ya que estamos llamados a la inmortalidad, pero en la Jerusalén del cielo; por eso San Lucas hace un relato de la «higuera estéril» muy diferente al de San Mateo —todo justicia y severidad—, mostrando a un Señor de la misericordia. Esa higuera que representa al pueblo de Israel, a la Iglesia, a ti y a mí, no ha dado el fruto esperado, a pesar de toda la siembra y el cuidado del Señor hasta el día de hoy. Seguramente hay en nuestros actos «grandes hojas», pero nada más. El coqueteo con el mundo nos lleva tantas veces a la mediocridad, a la hipocresía, a la simulación; no hay discernimiento, no sabemos conocer el tiempo en el que vivimos. Jesús —el viñador— asume nuestra debilidad, nuestra esterilidad para darnos un poco más de tiempo; pero… un tiempo limitado. ¿Acaso tú sabes cuánto?