No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros.Y adonde yo voy, ya sabéis el camino. Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». Jesús le responde: «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.” (Jn 14 1-6)
El discurso de la cena del cuarto Evangelio, no es para entender, sino para vivir. ¿Quién podría entender, por mucho que apriete el intelecto, que un hombre de carne y hueso, y con él Dios Uno y Trino están viviendo dentro de mí? Es admirable, y para quedarse una eternidad contemplando el sentido, los conceptos, la vida que contienen las palabras que usa Juan en el sermón de la Cena. Son aún alimento de los que en ti creemos, Jesús, Camino al Padre en la misma Palabra que se proclama hoy (13-17). Les dices que te vas al Padre, y que tú mismo eres el único camino por el que te vas y por el que se llega. Pones nerviosos a los más prácticos(«No sabemos donde vas, ¿cómo podemos conocer el camino?»), y al momento dices que por ese camino que eres tú, volverás del Padre para llevarnos allá, para que seamos como tú.
Varias veces tuviste que llamarlos a la tranquilidad de tu Paz. Y empezaron a ser de verdad como Tú (14,27), el Maestro perfecto que diagnosticas el miedo como obstáculo, y soplas tu Espíritu de paz, como camino de verdad hacia la vida. Eres el lugar y razón del encuentro. Así es y será siempre el amor, el único sentido de todo el ‘ir y venir’ al Padre o del Padre. Él fue quien te movió a salir y venir al mundo, el primero y auténtico sentido del Logos –»pros ton Zeon»–, que eres tú mismo, Jesús Verbo Divino, y es lo que quieres provocar en nosotros con la Palabra, el estado de conciencia «alterado» o «alter-ido», que es el amor. Alterado porque vive hacia el otro, (alter) como tú,
Jesús del flechazo, y ‘alter’ ido y venido, porque vives hacia el Padre y hacia los tuyos. Usando nuestros términos espaciales para entendernos, vives hacia ‘arriba’ y hacia ‘abajo’. Eres y haces ser un lugar de reposo, una morada de permanencia, en un camino abierto. La relación entre el Padre y tú, es la misma que entre tú y nosotros, porque es el mismo Espíritu el que te engendró a ti en el seno de María, y a nosotros en el seno de la Iglesia. No tenemos otra forma de relacionaros ni de amar que vuestro Espíritu.
Se comprende mejor el mensaje de la Última Cena, leyéndolo no como despedida, sino como encuentro interior. Juan lo tenía así dentro de su alma en el contexto de la primera Eucaristía, de la primera comunión con los signos de pan y vino, que nos iba a durar hasta el fin de los siglos, y más allá. La realidad que cohesiona todo el discurso (Jn 13- 17), no es la despedida, sino la «obra del Padre» allí resente en ellos. Algo nuevo para el hombre estaba allí, y podía conocerse y verse (14,7). Aunque por algunas frases podría entenderse como despedida, es una bienvenida a la nueva y definitiva forma de presencia que ibas a tener con los que te aman y guardan tu «regalo-palabra-mandamiento» nuevo («Entolé» sintetiza el griego. Jn 13,34)
Es la cumbre de vuestra obra de entrega recreativa, Jesús del Evangelio, ser como vosotros, con vosotros. Por eso el que te ve a ti, ha visto a tu Padre, y «desde ahora – desde el momento que lo recibe- lo conocéis y lo habéis visto». Felipe expresó el deseo de todos los hombres, y aunque te asombres de nuestra ignorancia, Maestro sabio, te seguimos diciendo: «Muéstranos al padre y nos basta»… Y así dejaste resuelto el deseo de todos los hijos de Dios: «Desde ahora le conocéis y le habéis visto». Es la presencia interior del Dios que se manifiesta en la luz de la Eucaristía, en su Hijo amado que le llama Padre en nuestra Acción de gracias. Esa realidad interior que se hace presente por la fe, es la que Jesús pone de manifiesto en todo aquel sermón de despedida exterior, y bienvenida interior. «Me voy pero vuelvo a vosotros..» «Dentro de poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver…» Y eso ¿cómo podía ser? Porque el amor a su nombre, a su persona, lo iba a hacer presente en cuerpo, sangre, alma y divinidad en cada Eucaristía. No terminaremos nunca de entender ese Misterio, aunque lo llevamos dentro y lo conozcamos, y lo veamos, y lo sintamos y lo amemos, y nos ilumine y nos guíe, como aquella nube del desierto que guiaba al pueblo santo de día y de noche.
«Donde yo estoy estéis también vosotros» traducen el griego «Opou eimi ego», pero admite algo más. No es un lugar, es una forma de ser. Opou, no es solo adverbio de lugar. Aquí es de modo. Es la gran revelación de tu presencia en la conciencia evangelizadora de Juan y en la nuestra. Acababas de darles el regalo de la Eucaristía, para que pudieran vivir el mandamiento nuevo del amor (Jn 13), y les produjo miedo el abismo de tu corazón.
El innombrable»Yaveh», el que Es Amor, estaba viviendo dentro de ellos y haciéndolos–ahora sí para siempre–, semejantes. «Opou ego eimi», como yo Soy, imagen perfecta del Padre. ¡Gracias Señor, por tu palabra que nos habla en Juan!