Los discípulos de Juan se acercaron a Jesús, preguntándole: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?». Jesús les dijo: «Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán» (San Mateo 9, 14-15).
COMENTARIO
Partamos de que el ayuno voluntario es un absurdo. Carece de lógica desatender las necesidades corporales y los hábitos alimenticios. Irónicamente se puede decir que es un acto que va contra nuestra querida y, siempre invocada, «naturaleza». Es cuando menos una contradicción. Y el asunto es sumamente pertinente, por cuanto hoy 24 de febrero de 2023 es el primer viernes de esta cuaresma, y está recomendado el ayuno y prescrita su hermana menor, la abstinencia
La liturgia de hoy, para esclarecer este pasaje sobre el ayuno, trae a colación la tremenda «querella» del pueblo contra Dios, tal y como la formula el capítulo 58 del libro de Isaías. El ayuno es una privación ineficaz, inútil. Los observantes retan al Señor: – ¿Para qué ayunamos si tú no lo ves? ¿Para qué nos humillamos, si tú no lo sabes?».
Los discípulos de Juan (que aun hoy en día los tiene) se refuerzan y apoyan en los fariseos, para formular una pregunta, o protesta, análoga, en clave de agravio comparativo: nosotros todos ayunamos pero tus discípulos no. ¿Por quién se tienen? ¿Quién los ha eximido de sus obligaciones rituales? ¿Por qué no respetan «nuestras» tradiciones? ¿Acaso no ves que está consintiendo el relajamiento de la Ley?
El Señor, en Isaías, responde delatando la hipocresía del ayuno «religioso», compatible con toda suerte de injusticias y opresiones. Mejor ayuno sería «… desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y arrancar todo yugo. ¿No será partir al hambriento tu pan, y a los pobres sin hogar recibir en casa? ¿Qué cuando veas a un desnudo le cubras, y de tu semejante no te apartes?».
Ciertamente un ayuno desentendido de las necesidades del hermano, del próximo, es algo que no engaña al Señor y en nada aprovecha al que ayuna (y se humilla). «Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres noten que ayunan» (Mt 6,16). La anciana Ana daba gloria a Dios ayunando en el templo (Lc 2, 37). El ayuno fue el alimento por cuarenta días de la preparación del propio Jesús para su vida pública (Lc 4, 2). El ayuno tiene un enorme valor, para conocer ese «otro alimento» que vosotros no conocéis (Jn. 4,32)
Es por eso que Jesús no denostó el ayuno (ni la oración ni la limosna cuando no son acciones falsas), sino que explica su verdadero sentido; hacer presente a Dios.
Entonces, ante los discípulos de Juan, no tiene más remedio que auto revelarse; él es «el novio», el desposado con Israel ha llegado Él y no es tiempo de luto. Ya vendrán los «tiempos recios» en que nos será arrebatado; entonces cobrará sentido un ayuno nuevo.
La razón fuerte de suspender el ayuno es el reconocimiento claro de que ha llegado el Mesías, El Señor. Los discípulos de Jesús, con sus diversas confesiones, y quizás, con diferente claridad o intensidad, son conocedores o testigos, de sus prodigios, de su autoridad, de su enseñanza y de su ejemplo. El ayuno en su presencia significaría un contra testimonio, un mentís al cumplimiento de las promesas. Si ellos hubieran seguido ayunando de hecho, estarían negando o renegando de la fe puesta en el maestro. Pero no son ellos, es Jesús, quien los defiende. Son «los amigos del novio» y mientras están con Él no pueden ayunar, precisamente para testimoniar públicamente que aquel a quien acompañan y siguen es Dios encarnado. No pueden hacer luto, sería un contrasentido. La mayor alegría imaginable, la venida del Redentor, no puede teñirse de pesar ni de rigor contra la fiesta.
El ayuno nuevo, trocando en añoranza lo que antes era ilusionada espera, habrá su lugar cuando «el novio» les sea arrebatado, quitado abruptamente de su vista; en ese trance sí que tomará sentido el ayuno, pero un ayuno que implora el retorno, el «Ven Señor Jesús». Ese es el ayuno que nos conviene ahora, el que nos recuerda de continuo que nada nos sacia y que estamos anhelantes por su venida a nuestra vida, y por su regreso definitivo. Hemos perdido la querella; Dios, ciertamente, ve. «Perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6, 17-18).