La protesta ante la omnipresencia de las pantallas en la vida de nuestros hijos es bastante común, sobre todo en relación con la completa colonización de su tiempo de ocio.
En efecto, cada día es más frecuente que la mayoría del tiempo libre –ya sean dos horas, ya sean dos minutos- se dedique a mirar atentamente una pantalla: WhatsApp, Fortnite, Instagram, YouTube, diarios digitales… las alternativas son casi infinitas. Hace poco, en el colmo de esta tendencia, escuché al hijo de un amigo mío decirle a su padre: “papá, quiero desapuntarme del fútbol. Prefiero jugar al Fortnite”.
No hace falta ser Einstein ni Bill Gates para explicar este fenómeno: las aplicaciones digitales son desarrolladas por genios del diseño, ingenieros de la atención y expertos en neuromarketing, que conocen mejor que nadie cómo hacer un producto irresistible. Y muy adictivo.
Como van demostrando diferentes estudios científicos, esta permanente exposición a las pantallas y a sus estímulos tiene efectos innegablemente nocivos: dificultad para conciliar el sueño; incapacidad para concentrarse en una única tarea; disminución del rendimiento escolar; mengua en la capacidad de empatía; dependencia, adicción, estrés.
¿Qué hacer para combatir esta permanente colonización y “desenganchar” a los hijos del móvil y de las pantallas?
A mi modo de ver, la única solución es mostrarles que hay aficiones y ocupaciones muchísimo más interesantes que mirar durante horas una pantalla. No se trata pues de prohibir, restringir y limitar el uso, sino de pasar a la acción y ofrecer alternativas. Y para ello, más que poner cara seria y dar discursitos, lo que hay que hacer es dar ejemplo. Si lo piensas despacio, esto es una magnífica noticia para ti. ¿Cómo puedes desenganchar a tu hijo de Internet? Pasándotelo bien. Búscate una buena afición, algo que te guste o que siempre te haya apetecido hacer. Cómprate la caña de pescar de tus sueños, la bicicleta de carretera por la que suspirabas cuando pesabas veinte kilos menos. Apúntate por fin a la academia de baile, a la peña gastronómica, a las clases de saxofón. Cocina otra vez aquellas magníficas crepes que te enseñó a hacer tu abuela. Saca del altillo el saco de dormir y planifica una acampada familiar. Vuélvete un poco loco, un poco niño. Ten proyectos. Prepara la maratón. Y disfruta de esas aficiones “redescubiertas” con tu familia y tus amigos.
Tras el primer entusiasmo, quizá detectes que la fórmula del “pásatelo bien” no es tan sencilla como parece. Cuando te propongas hacerlo, descubrirás que para tener aficiones hay que liberar tiempo, tiempo que seguramente ahora dedicas -¡vaya, qué curioso!- a mandar mails, leer la prensa digital o ver tertulias en la televisión. A lo mejor tu hijo o hija no es el único enganchado a las pantallas. No pasa nada: resiste en tu propósito de pasarlo bien. De pasarlo todavía mejor. Y conquista tu propia afición. (Aquí nadie regala nada, qué esperabas…)
Esta terapia del ejemplo, de disfrutar tú con aficiones offline, no es ningún descubrimiento. El mejor predicador, lo sabe todo el mundo, es Fray Ejemplo. Los educadores enseñan en primer lugar por cómo son; luego por lo que hacen; y, muy en último lugar, por lo que dicen. Así que para educar en la desconexión digital hemos de dar ejemplo, ir por delante. Así ha sido siempre: los niños lectores son aquellos que han leído con sus padres, y que han visto a sus padres leer; los niños que disfrutan yendo al fútbol son aquellos que lo han hecho con su abuelo; y quienes saborean las fallas, los sanfermines o las procesiones de Semana Santa son los que han participado desde pequeños con sus familias en dichas fiestas.
No estamos descubriendo la pólvora. ¿Nos preocupa que los niños estén demasiado volcados con las pantallas? Decidámonos a disfrutar de miles de aficiones geniales que pueden descubrirse lejos de la pantalla. E intentemos hacerlo con nuestros hijos, si se dejan y mientras se dejen.
Monopoli, excursiones, mus, cocinar, jugar a las siete y media o a la brisca, ir al fútbol, hacer deporte, senderismo, recoger la cocina, entrena al perro para que dé la pata o baile reguetón, leer, montar en bicicleta, bailar, cantar, pescar, bucear, tocar el piano, coger setas, hacer puzles. La lista es interminable.
Si nos convertimos en unos locos o frikis de un hobby; si nos brillan los ojos sólo de pensar en esa afición; si desarrollamos pasiones y las compartimos en casa… nuestros hijos seguirán nuestro ejemplo. Desarrollaremos talentos, compartiremos risas y frustraciones, estaremos más tiempo juntos. Casi sin darnos cuenta, habremos comenzado la desintoxicación digital. Visto así, la obsesión por las pantallas es también una oportunidad de oro, la excusa perfecta para volver a divertirnos. La alternativa –seguir protestando contra el fortnite y lamiéndonos las heridas-, es irresponsable, ineficaz y, peor todavía, mortalmente aburrido.
Juan Otero