Coherente con su solicitud de una Iglesia en salida, Francisco no se queda en Santa Marta en el Vaticano, sino que se descentra y sale. Y es una salida misionera siguiendo ese llamado de Jesús cuando paso del seminario diocesano en Buenos Aires a la Compañía de Jesús, para ser misionero en Japón. Lo que antes no pudo, lo realiza ahora como Sucesor de Pedro y respondiendo a las necesidades actuales de la Iglesia, con un segundo viaje apostólico en Asia. Primero Corea y ahora Sri Lanka y Filipinas.
Francisco encarna así, como Vicario de Cristo, una Iglesia en salida misionera como pide a todos. Francisco quiere una Iglesia discípula misionera, empezando por los obispos, sacerdotes, religiosos y consagrados. No quiere que el cura o el católico se instale, tampoco en la sacristía o la secretaria parroquial, sino que salga a las periferias existenciales y geográficas. El sacerdote que no ejercita su ministerio se convierte en un burócrata y esto para Francisco es una enfermedad espiritual grave, lo diagnostico claramente muchas veces, especialmente en el discurso de fin de año a la Curia vaticana.
Por lo tanto, siguiendo su llamado a todos los católicos, este viaje apostólico se encuadra en la solicitud pastoral de salir al otro; de salir de sí para ir al encuentro del otro; descentrarse; desinstalarse. Directa e indirectamente, interpretando su magisterio de gestos y palabras, más allá del destino específico de este viaje apostólico concreto, se trata de una invitación a vivir una Iglesia en salida misionera. Una invitación también para mí y para vos que no podemos ser verdaderos discípulos sin ser a la vez misioneros; que podemos vencernos a nosotros mismos, descentrarnos, desinstalarnos para ir a nuestras propias periferias al encuentro con Cristo en el hermano que sufre.